Si eres de los que elige un vino por su etiqueta, puedes decirlo sin avergonzarte porque resulta que la inmensa mayoría de los consumidores siguen este mismo criterio. ¿Pero qué pasa si lo que te llama la atención no es el diseño o los colorines de turno sino el nombre? Como criterio enológico deja tanto que desear como el otro, pero resulta que a veces se encuentran cosas muy interesantes así.
Un ejemplo es Clos Ibai, un joven proyecto -6 años en el mundo del vino es muy poco tiempo- que ha apostado por descubrir, salvar y poner en producción viñedos singulares en La Rioja Alavesa.
Una pequeña bodega que descubrí cuando en un alarde de originalidad se me ocurrió que sería buena idea comprar unos cuantos vinos de 2018 -el año que nació mi hijo- cuando salieran al mercado para guardarlos unos cuantos años y abrirlos con él en fechas señaladas. Y qué mejor que un vino con su nombre, claro.
Pero más allá de la batallita, y mientras espero impaciente que salga al mercado su tinto 2018 para hacerme con unos cuantos –Coalla Gourmet se encarga de su comercialización-, dar con el proyecto de Daniel Frías y Xabier Kamio gracias al nombre de su bodega ha sido un gran hallazgo.
En 2015 -explican- un viñedo que tenían fichado desde hacía tiempo fue arrancado. Una tragedia que lejos de ser una excepción amenazaba con repetirse en la zona de Baños de Ebro, donde abundan las viñas viejas y las pequeñas propiedades, algunas protegidas por muros de piedras, similares a los clos franceses.
Viñedos que han ido quedando en desuso, bien porque las nuevas generaciones no se plantean mantenerlos o por los bajos precios a los que se paga una uva que requiere mucho trabajo en este tipo de viñas. Así que Clos Ibai (ibai, río en euskera, en referencia al cercano Ebro) se propuso salvarlas y darles una nueva vida.
Trabajan los viñedos en ecológico (certificado) y recientemente en biodinámica (a la espera de certificación), con mínima intervención en el proceso de elaboración y producciones muy pequeñas. En definitiva, unos vinos singulares que reivindican el carácter de cada uno de estos terrenos en un lugar que demasiadas veces se identifica con lo clásico y con las producciones masivas y estandarizadas.
La uva viura y la garnacha blanca son las protagonistas de los dos blancos que trabajan en Clos Ibai y que sirven para recordarnos que La Rioja también puede ser una tierra de grandes blancos. Y a precios muy ajustados (entre 10 y 13 euros se mueve toda su gama), que lo del terruño y la singularidad aquí no se traduce en una cuenta pasada de largo.
Tampoco en vinos complejos o difíciles, sino que prima lo que los expertos llaman drinkability. Un palabro difícil de traducir y que básicamente habla de vinos fáciles de beber, de los que apetece repetir.
‘Vinos para beber con alegría’ es el concepto que ellos mismo usan para definir sus blancos y el tinto, donde el tempranillo se alía con malvasías, viuras y algo de garnacha blanca. Vinos que además de estar ricos -¿hay algo mejor que se pueda decir de un vino?- cuentan una historia, hablan de un lugar concreto y buscan dar un futuro a viñedos olvidados y condenados.
¿Aguantará bien el paso de los años este Clos Ibai 2018? ¿Le gustarán a Ibai cuando dentro de muchos años lo descorchemos y releamos esto? Habrá que esperar para saberlo. De momento, los blancos y el 2017 del tinto están estupendos, y al menos una de 2018 habrá que probar antes de guardar el resto.