Por Ninna Jorro
Finales de octubre y tú con el cambio de armario todavía por hacer. Hay que ver cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer cuándo estabas en un chiringuito playero, con tus bermudas, tus chanchas y tus Wayfarer tomándote un gin tonic a la puesta de sol, mientras de fondo sonaba Forever Young.
Sí, amigo, esos días quedan ya muy lejos y, aunque tú sigues con tus bermudas y tus chanclas -con calcetines, eso sí- porque no has sido capaz de ponerte a sacar la ropa de entretiempo, lo cierto es que noviembre y toda su nostalgia otoñal están a la vuelta de la esquina. Te entra el bajón… ¡Si cómo mínimo tuvieras puente por Todos los Santos! ¡Maldita sea! ¡Si el 1 de noviembre no cayera en sábado! Quizá entonces podrías encontrar un poco de sosiego en forma de escapada al pueblo.
Unos días con tu madre, que probablemente tenga aún ropa de entretiempo tuya para sacarte del apuro hasta que te pongas con el cambio de armario allá por diciembre y que, además, seguro que habrá preparado deliciosos dulces típicos de estas fechas: Huesos de santo y -¡oh sí!- Buñuelos de viento.
Esos pequeños bocados celestiales en forma de bolitas de masa frita que te retrotraen a tiempos mejores. Esos en los que los niños no se disfrazaban el día 31 por la noche y tocaban a los timbres diciendo Truco o trato con las pupilas increíblemente dilatadas por una sobredosis de azúcar en sangre.
Lo tienes claro, si la montaña no va a Mahoma… Estás decidido a llamar a tu progenitora para pedirle que te envíe por mensajero la tan necesaria ropa de entretiempo y que te dé su infalible receta de Buñuelos de viento. El terror invade tu mente, tu cuerpo se estremece, el vello se te eriza y el sudor frío corre por tu frente… Sabes que esa llamada va a ser muy difícil y que es muy probable que no entiendas ni una sola palabra de lo que tu madre te diga. Tranquilo, compañero, nosotros te cubrimos. Un tono, dos tonos…
– ¿Diga?
– Hola, mamá.
– Hola, hijo, ahora mismo estaba pensando en ti. ¿A qué no sabes quién está en el pueblo?
– ¿Quién, mamá?
– ¡Lourdes, la hija de Puri!
– ¿Quién?
– ¡Sí, hombre! Aquella niña que te gustaba tanto cuando eras pequeño.
– No caigo, mamá.
– ¿Cómo no te vas a acordar? ¡Si te pasabas el día levantándole la falda para verle las bragas!
¡Ay, truhán!
– Bueno, mamá, no sé. Yo te llamaba porque se acerca el día de Todos los Santos y…
– ¿No me digas que vas a venir?
– Mamá…
– ¡No sabes qué alegría me das! Así me acompañas al cementerio que si es por tus tías la tumba de tus abuelos estaría tan descuidada… Que yo ya he ido a arreglarla esta semana pero lo suyo es ir el día 1, ¡si no qué va a decir la gente!
– Pero si ya has ido esta semana…
– ¡Toma! No me iba a esperar a ir el día 1 y que la Toñi y la Mari vieran las flores secas y se pensaran que sólo nos preocupamos ese día, ¡menudas son! Les gusta mucho largar, ¿sabes?
– Bueno mamá, no será para tanto.
– Para ti nunca es para tanto… Entonces, ¿cuándo vienes?
– Pues este año no puedo, no hay puente… pero quería hacer tus Buñuelos de viento.
– Vaya hijo… pues nada entonces, no vaya a ser que le des un gusto a tu madre… ¿Los Buñuelos de viento? Eso no tiene ningún secreto, es muy fácil.
ACLARACIÓN: No
– Necesitas agua, leche, mantequilla, harina, levadura, huevos y sal. Yo le pongo un poco de piel de naranja y un chorrito de anís. Tu abuela los hacía con calabaza también pero como tú veas.
– Como tú los hagas, mamá.
– Pues nada. Pones el agua, la leche, la mantequilla, la piel de naranja, el chorrito de anís y una pizca de sal en un cazo y lo pones a calentar.
– ¿Cuánto necesito de cada cosa?
– Pues mitad de agua y mitad de leche, una cucharadita de mantequilla y una pizca de sal.
– Ahá, ¿cuánto es esa mitad de agua y de leche?
– ¡Vaya preguntas, hijo! Pues lo mismo que pongas de agua lo pones de leche.
Problema #1: Es que tu también… ¿No sabes qué quiere decir mitad y mitad? ¡Y eso que tienes estudios! Tantos años de carrera para descubrir que las intrigas del lenguaje gastro-materno sólo se aprenden en un sitio: la universidad de la vida. Tu madre no entiende de gramos, ni mililitros, ella se guía por algo que pocos tienen y a lo que muchos aspiran, algo que no te da ningún título, que no podría enseñarte ni Alberto Chicote: el instinto cocinillas.
Ella no necesita medidas, las sabe. Ella no calcula las proporciones, se aparecen ante ella como la Virgen ante Pitita Ridruejo. Sí, sabemos que tienes ganas de echarte a llorar en una esquina mientras abrazas tus rodillas y sollozas: Mitad y mitad… ¡¿Pero cuánto es el todo?! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Por qué, Señor, por qué?! Tranquilo, somos tu particular teléfono de la esperanza: ese todo son 250 ml, es decir, 125 ml de leche y 125 ml agua. Deja de llorar y levanta del suelo. Como regalo te diremos que la cantidad exacta de mantequilla son 75 gr y que debes añadir la piel de media naranja. ¡Ah! Y necesitarás unos 200 gr de harina. Sigamos.
– Dejas que se caliente todo, pero sin que llegue a hervir. Mientras, vas tamizando la harina y mezclándola con la levadura en polvo.
– ¿Cuánta levadura?
– Pues no sé, una poca.
No empecemos…
– Mamá, «una poca» no es una medida. ¿No puedes decirme nada más exacto?
– Yo que sé, hijo, una cucharina. Tampoco es para ponerse así… Vaya genio tienes, no sé de quién lo habrás sacado.
Nosotros tampoco…
– Cuando ya esté caliente, sacas el cazo del fuego y añades la harina de una sola vez. Pero con cuidado, hijo, que tu eres muy bruto y seguro que la echas así a la brava y dejas la cocina perdida. Que no quiero ni pensar en cómo la tienes, ¿cuánto hace que no limpias la campana? ¿Y el horno? Voy a tener que ir yo un fin de semana porque si no…
– Mi cocina está bien, mamá, no hace falta… ¿Cuando eche la harina qué?
– Pues lo pones al fuego otra vez y vas removiendo hasta que la masa esté hecha.
– ¿Cuánto tiempo es eso?
– Pues depende, hijo. Cada cocina es distinta, en unas tarda más y en otras menos. Eso tú ya lo ves.
Problema #2: En el combate de hoy, con calzón verde, directamente desde el otro lado del teléfono, el único, el inimitable, un imprescindible en el lenguaje de toda madre que se precie: ¡Eso tú ya lo ves! (Aplausos). Llega con las pilas cargadas dispuesto a arrebatarle el número uno del top ten de «frasecicas de madre» al campeón de campeones, con calzón azul, el aún imbatido: ¡Cómo vaya yo y lo encuentre! ¡Que empiece la lucha! (La multitud enloquece).
Eso tú ya lo ves… ¿Cómo exactamente? ¿Es que tu madre tiene unas gafas especiales, aún más exclusivas que las Google Glass, que le permiten ver en frecuencias imperceptibles para el ojo humano? ¿Es que la masa, sabiéndose ya más que lista, adquirirá vida propia, se sentará en el borde del cazo y te dirá con tono acusatorio: «Llevo ya un buen rato esperándote y no sé tú, pero yo estoy a punto de quemarme»? Aunque todo eso sería bastante molongui, no sucederá en un futuro cercano. El truco para saber que la masa está hecha es esperar a que la harina se haya disuelto por completo y la masa empiece a despegarse del cazo. En ese momento, ni antes ni después, debes retirarla del fuego.
– Pones la masa en un bol y dejas que se enfríe un poco. Mientras, puedes preparar un plato con papel absorbente y otro con azúcar y canela en polvo para rebozar los buñuelos. Cuando esté templada, vas añadiéndole los huevos, 4 o 5. uno a uno y despacito para que no se cuajen y remueves bien.
– Ahá.
– Cuando la tengas lista, pones una sartén al fuego con dos o tres dedos de aceite.
– ¿De oliva?
– ¿Aceite de oliva para freír buñuelos? ¡Dónde se ha visto eso! Aceite de girasol o si quieres, de oliva suave, pero vamos que yo lo hago con aceite de girasol que no mata el sabor de los buñuelos.
– De girasol, entonces.
– Vas echando la masa a cucharadas en la sartén. Hazlos poco a poco porque al freírse crecen y si echas muchos se pegan y te queda un pastiche. Cuando estén fritos los sacas y los pones en un plato con papel de cocina para que absorban el aceite que sobra y, después, los rebozas en azúcar y canela o les echas azúcar glas por encima.
– ¿Y ya está?
– Yo creo que sí, hijo. Bueno, a mi ya sabes que me gustan rellenos, así que si quieres rellenarlos con nata, crema o chocolate ya sabes que con hacer un agujerito en el buñuelo y rellenarlos con la manga pastelera, los tienes en un santiamén.
– ¡Gracias, mamá! ¡Voy a hacerlos!
Te has lanzado a hacer los buñuelos y, cuando creías que casi lo habías conseguido, no sabes cómo, has acabado en la sala de espera de un hospital con lo que parecen ser quemaduras de tercer grado en cara y brazos y en la parte de las piernas que no te cubren las bermudas. Tu madre se ha olvidado de decírtelo pero uno de los mayores peligros que tiene esta receta es precisamente la fritura. Los buñuelos hacen saltar el aceite, mucho. Lo suyo es que te protejas bien -unas mangas son una obvia pero buena idea- y que controles la temperatura del aceite. Tenlo en cuenta para la próxima vez. Mientras esperas a que haya sitio en la unidad de quemados, ¿por qué no vuelves a llamar a tu madre?
– Pero hijo, ¿cómo puede ser que no te acuerdes de Lourdes? ¡Pues haríais una pareja estupenda! ¡Os saldrían unos niños preciosos!
En anteriores capítulos de ¿Qué quiere decir tu madre con ‘eso tú ya lo ves’?…
Lección 1: Tortilla de patatas
Lección 2: Croquetas de pollo
Lección 3: Ensaladilla rusa
Lección 4: Albóndigas con tomate
Lección 5: Tarta de chocolate y galletas
Lección 6: Empanadillas de bonito
Semana Santa Edition: Torrijas
Lección 7: Arroz con leche
Jajaja!!! Auténtica explicación de madre. Muy bueno!!
http://areaestudiantis.com
jajajajaj muy bueno y muy rico !!!!
Cuantos huevos??? Cue hay que hacer cuando los echas a la masa? … no dice nada al respecto…
Gracias y un saludo
Hola SUPERPOLLO, somos como las madres, sin medidas exactas :D. Para las cantidades que pone 4 huevos grandes o 5 medianos es lo suyo.