Los trucos de la industria para hacernos adictos a la comida procesada

El tema del azúcar amenaza con convertirse en una suerte de moda que, como pasa tantas veces, pierde su lógica razón de ser y utilidad nutricional para ser algo así como una histeria colectiva. La falta de información y la confusión son muchas veces parte del guión habitual para que sigamos comiendo y comprando lo que toca.

Suena a una de esas típicas teorías conspiranoicas que tanto triunfan pero que por aquí no nos hacen ninguna gracia. Comer es seguro. Más seguro que nunca, y ninguna corporación secreta quiere envenenarnos. Sólo quieren vender más, que es lo que suele pasar con las compañías, y para lo que existen unas leyes y regulaciones que pongan freno a su insaciable apetito.

Pero dejando a un lado esa manía de los medios de meter miedo y sembrar el alarmismo, la información es clave. Por eso, tras leer Adictos a la comida basura, de Michael Moss -periodistas de The New York Times y ganador de un Pulitzer-, nos ha parecido interesante recuperar algunas de las ideas que este libro pone sobre la mesa.

Y es que, por mucho que el azúcar se lleve todos los titulares, es sólo una de las tres patas de lo que se conoce como la “divina trinidad” de la comida procesada: azúcar, sal y grasa. La grasa ya pasó su particular calvario -y su reducción tuvo mucho que ver con el aumento del azúcar en la lista de ingredientes- y muchos aseguran que pronto le tocará al azúcar.

Nada que a estas alturas no sea más o menos sabido. Pero en Salt, sugar and fat -ese es título original del libro-, Moss recalca una idea un tanto aterradora: la combinación de esos tres elementos no es algo casual, sino que está milimétricamente estudiada para crear en el consumidor una suerte de adicción.

¿Comerse sólo una galleta? ¿Sólo un vaso de ese zumo de colores que encima venden como sano y lleno de vitaminas? ¿Quién no ha escuchado a alguien definirse como “adicto a la Coca Cola? En este contexto, tal vez un dato a tener en cuenta es que Philip Morris -la mayor tabacalera del mundo- se hizo en los años 90 con el control de General Food y Kraft, dos gigantes de la alimentación.

Mediante catas a diferentes grupos de población -explica- se consigue encontrar el punto perfecto no sólo de sabor, sino también para que, tras comer, se quiera seguir comiendo. Quedarse corto con el azúcar -relata tras ser testigo de muchas de estas catas en laboratorios especializados en el tema- sería un problema, pero pasarse también, porque resultaría empalagoso y el cliente consumiría menos.

La clave es ese nivel perfecto en el que la sensación de hartazgo no llega hasta haberse terminado todo el paquete de galletas o tomar otro tazón de cereales.

Por supuesto, no todos los paladares son iguales y la industria se cuida mucho de que los alimentos procesados dirigidos a los niños estén adaptados para su mayor querencia por el dulce, por ejemplo. Pero no se trata sólo de azúcar, porque el sabor de esa hamburguesa de cadena y de la salsa que le acompaña también ha sido meticulosamente estudiado.

Así que quienes estén hartos de oír hablar de azúcar, pueden estar tranquilos, porque los titulares no tardarán en apuntar hacia la sal. Un ingrediente barato y casi mágico -relata- que ejerce una función básica en este tipo de alimentos procesados: hacer que no sepan a rayos. Y es que según describe Moss, tras haber podido probar la versión sin sal de este tipo de productos, los cereales con leche saben metálicos, muchos productos descongelados a cartón húmedo, y la carne recalentada resultaría incomestible. Sí, suena todo muy apetecible.

¿Quiere la industria de la alimentación que comamos más sano como insisten sus etiquetas? Por supuesto que no. Ya hemos dicho que su objetivo es vender y, de hecho, el libro desvela una reunión en 1999 en la que los directivos de las principales compañías del sector en Estados Unidos descartaron la opción de la autorregulación, confiando en que las leyes tardarían lo suficiente en llegar como para dejar un buen margen de negocio. Está claro que su apuesta salió bien, porque estamos en 2017 y hay cosas que no han cambiado.

Los propios directivos de Philipp Morris aseguraron en su momento que llegaría un día en que la industria alimentaria tendría que enfrentarse a un problema de igual gravedad al de las tabacaleras con la nicotina. Parece que vamos en esa dirección.

10 COMENTARIOS

  1. Quiero contar mi caso.Por comer comida basura o procesada q es lo mismo.Sufri una pancreatitis que me llevo casi a la muerte ,la cual me dejo secuelas como una diabetes y que solo tengo un trocito de pancreas sano.SEÑORES Y SEÑORAs solo tengo 34 años .Ustedes deciden.Yo ya lo he hecho :cuidarme sanamente hasta morirme .Esa es mi lucha todos los dias.Bendiciones.

  2. ¿ Una teorías conspiranoica ?

    Apunto que si la gente comiera sano pues la industria farmaceutica y sanidad privada pues sus beneficios caerian en picado por lo que un criminal ( la clase politica y el mundo de los negocios estan llenos de psicopatas camuflados ) podria haber pensado primero les sacamos las pasta alimentando a la gente con azucar para tener yonkis que nos llenen la caja y cuando caigan enfermos les sacamos la pasta otra vez en vendiendoles medicinas y servicios sanitarios privados y volvemos hacer caja

  3. Todas estas diatribas me parecen una falacia monumental. El autor de libro busca vender libros, no mejorar la calidad de nuestra ingesta, lo mismo que los fabricantes de comida buscan vender productos al menor coste posible.

    ¿Qué es ser «adicto» a la comida basura? ¿Que estás mañana, tarde y noche alimentándote de estos productos? En EEUU no sé, pero no hay nadie en este país que pase sus días comiendo hamburguesas y patatas. Que caigas de vez en cuando no te convierte en un adicto, ni en un obeso, ni nada parecido. ¿Cuánta gente bebe vino sin ser alcohólico?

    Los medios os estáis pasando con la atención que dedicáis a un problema cuya solución no está en prohibir la comida procesada, poner impuestos al azúcar o advertir contra el glutamato. La solución está en enseñar qué es comer bien, cocinar tu propia comida, saber qué has ingerido, analizar la publicidad o permitir un capricho de vez en cuando.

    La solución es educar. Pero eso no vende libros.

  4. Está claro que, además, este artículo es el truco de algunos para que odiemos, un poco más si cabe, la comida procesada y beneficiar a todo tipo de alimentación «ecológica», «sostenible» e intrísecamente cara y peligrosa por descontrolada.

  5. Para Títere vendido:
    ¿De dónde sale que un alimento sea adictivo? ¿En qué estudio definen el glutamato como adictivo? ¿O quizá lo leyó en una de las muchas webs para-científicas? Las adicciones alimentarias son en su inmensa mayoría por el circuito de recompensa cerebral y no por el efecto adictivo de una sustancia determinada. Sólo las sustancias similares a drogas (que son mínima parte) pueden ser realmente adictivas en el sentido tradicional del término. Esta falta de conocimiento sumada al alarmismo y gusto por la teoría de la conspiración son tanto o más dañinas que los propios aditivos alimentarios. Por ejemplo, los lactantes que toman exclusivamente leche materna consumen glutamato y sodio y potasio de la leche. Esa leche materna contiene sobre un 0.02% de glutamato libre, con lo que un bebe de 5 kg que tome 800 ml de leche al día ingiere 0,16 g de glutamato ó 32 mg/kg/día. Esta cantidad es equivalente al GMS que se consume en Asia. ¿Sufre ese bebé el «síndrome del chino»? Dese cuenta que el aminoácido más abundante de la leche es el ácido glutámico y por beber leche nadie tiene los síntomas que se asocian a ese síndrome. Por otro lado, el GMS permite reducir hasta en un 30% el contenido de sodio de los alimentos, con lo que es una buena herramienta para luchar contra la hipertensión sin hacer que las comidas no sepan a nada. Valoren lo que representan los alimentos y los aditivos en justicia y no por lo que algún cafre escribe por ahí. Eviten los aditivos más peligrosos y no se dejen engañar.

  6. es un secreto a voces, pero una gran parte de la sociedad que vive aislada de todo este tipo de noticias sigue y seguira atiborrando a sus hijos con todo este tipo de productos y atiborrándose ellos mismo por falta de tiempo para cocinar, por pereza y en muchos casos aun conociendo la verdad, mirando hacia otro lado

  7. Pues sí, es una moda ahora esto de demonizar alimentos, o dotar de superpoderes a otros. Incluso si abusas del agua mineral puedes morir (beber unos 7 litros en un intervalo de hora, hora y media).
    Todo alimento en España ha de llevar un etiquetado con los ingredientes que contiene, en el orden de cantidad utilizada.
    Y tener en cuenta en las composiciones de los etiquetados, rigurosamente hablando, no pueden mentir. Uno puede entender una cosa si lee rápidamente y de pasada, y no ser lo que creía al leer la composición. Pero no nos engañan, nos dejamos engañar. ¿Cuántos yogures de SABOR fresa no contienen ninguna cantidad de fresa en su composición?. Nadie te engaña, lee su composición, te lo han puesto por escrito, no verás fresas (a no ser que sea de esos con tropezones, y estará, seguramente en última posición en la etiqueta).
    Tampoco hay que tener miedo a las letras «E», por ejemplo el E-330. La «E» simplemente significa «Europa», significa que es un aditivo controlado, regulado y legislado a nivel europeo. Tienen acotados y vigilados los límites legales de uso, que son cantidades seguras. Hay quienes evitan poner la letra «E» y optan por poner el nombre del aditivo, para que «de pasada» los tomes por: naturales, sanos, etc. que se utilizan como sinónimos pero tampoco lo son. Un alimento que diga que no utiliza conservantes pero en su composición aparece el vinagre, técnicamente no está mintiendo, el vinagre todos sabemos que mantiene a los pepinillos en conserve y todos se lo añadimos a la mayonesa casera, pero técnicamente su uso industrial (bajo la etiqueta E-260) es como un controlador de acidez. Si prefieres añadir un poco de cítrico (zumo de limón) a la mayonesa en vez de vinagre, que sepas que está regulada también su cantidad a nivel industrial, el ácido cítrico es el conservante E-330.
    En resumen:
    1.- Sin miedo. Cada vez vivimos más, hay menos intoxicaciones y los alimentos son seguros.
    2.- Ten cabeza. Que un alimento sea seguro dentro de unas cantidades marcadas, no significa que puedas vivir a base de comer tan solo ese alimento. Significa que no morirás si un día comes un donut, o dos, o te das una panzada con una docena de ellos, no son tóxicos.
    3.- Seguro no significa saludable. Todos los alimentos vendidos en España son seguros si no haces animaladas con ellos, pero está claro que no es igual de saludable la fruta como postre que la bollería industrial. Aún así, puedes consumir bollería industrial, pero no te pases. No te pases con el agua tampoco.
    4.- Natural, biológico, ecológico, artesano… son términos que se asocian a salud, bueno, etc… y no es cierto tampoco. Esos términos están también regulados, y no dicen lo que puede pensar uno «de pasada». Un café «ecológico» de Colombia, no puede ser ecológico tal y como lo entendemos los que no estamos empapados de la legislación. El café, si viene de Colombia, tiene un impacto medioambiental en CO2, costes de combustible y gastos extra que vienen de su transporte, para plantar cafetales se ha tenido que comer espacio a la selva, y el tueste, el plástico o metal que lo envuelve, etc provienen de la petroquímica o la minería.
    En fin, sé crítico, pero moderado. Si te flipas en el ataque a un producto o una molécula seguramente la estés cagando, y si te pasas en la defensa hasta hacer una cruzada en su consumo, también.

  8. «Comer es seguro. Más seguro que nunca, y ninguna corporación secreta quiere envenenarnos. Sólo quieren vender más, que es lo que suele pasar con las compañías, y para lo que existen unas leyes y regulaciones que pongan freno a su insaciable apetito».

    Tanta habrá sido la presión ayer por el artículo sobre el libro «Cómo puedes comer eso», que se habrá tenido que publicar esta entrada para minimizar el impacto.

    – He sido testigo de la presión infame de un comercial de Monsanto (ahora Bayer) a un conocido agricultor para que usara semillas transgénicas, con coacciones y amenazas muy fuertes.
    – Los aditivos que se utilizan, algunos son considerados verdaderos venenos.
    – El agua de grifo está llena de químicos, incluido el dichoso fluor, un veneno para el cerebro (y lo echan con la excusa de la caries, qué buenos son!).
    – El glutamato monosódico (aditivo E-621) es adictivo y lo tienen la mayoría de pasabocas y chuches para niños.
    – La UE cada vez permite más alimentos transgénicos, en el 2016 incluyeron 17 alimentos transgénicos más de los que ya habían permitido antes. La mayoría de estudios dicen que los transgénicos son perjudiciales para la salud humana. Los únicos estudios que dicen lo contrario son los que son financiados por las grandes corporaciones de la industria alimentaria. Y esos son los que el gobierno cita, cada vez que se le pide explicaciones.
    – Las fumigaciones aéreas contribuyen a la contaminación de la fauna y flora. Incluso el gobierno de EEUU quiere «oficializarlo» diciendo que es una lucha contra el cambio climático. Pretenden legalizar la dispersión de bario, aluminio y plata, altamente perjudiciales para la salud. http://www.guardacielos.org

    ¿No quieren envenenarnos eh?

  9. Posiblemente aparte de esa triada, haya algún otro aditivo que también provoque el ansia devoradora. Ocasionalmente me ha ocurrido con algún procesado (incluyendo un pan concreto) que no encuentro especialmente bueno/sabroso ¿Mi reacción, aparte de acabármelo de una sentada…? No volver a comprarlo.

  10. Los mismos que controlan el sector alimentario controlan el sector farmaceutico

    Monsanto fue comprado por bayer. para que mas pruebas!!

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