Que la hostelería en general, y el mundo de la alta cocina en particular, no está muy por la labor de nacionalizar la banca no es ningún secreto. Pese a esta tendencia conservadora más o menos conocida, cuesta encontrar o recordar algún político que haya conseguido enamorar a este sector como lo ha hecho Isabel Díaz Ayuso.
A la Presidenta le han dedicado cervezas y tapas con su nombre, hemos visto carteles en los bares e incluso los grandes chefs del país, que se suelen cuidar bastante de meter sus manos en el lodazal político, no han dudado en apoyarla públicamente.
Fueron sonadas las declaraciones de Jordi Cruz asegurando que, de poder, él también la votaría, e incluso Dabiz Muñoz le dio las gracias en los Michelin 2020 por lo que había hecho por ellos.
En este mundillo, a Ayuso se la admira, se la quiere o, por lo menos, se le da las gracias por sus políticas durante la pandemia, mucho más flexibles con la hostelería que en otras zonas del país.
Todos los que andamos más o menos cerca de este mundo lo sabemos, y salirse de ese discurso o cuestionar algunas cosas suele ser el comienzo de encendidos debates -siempre entre amigos, por suerte- que tienen que ver con la política más que con la cocina.
La Presidenta ha sabido cocinar a fuego lento esta relación con los empresarios del sector y también con los grandes cocineros del país.
Esa idea tan repetida últimamente de que Madrid ha adelantado a Barcelona en lo gastronómico es, más allá de que sea cierta o no, o de que haya datos y cifras para confirmarlo, uno de esos pequeños triunfos que sus defensores no dudan en abanderar a la mínima de cambio. De nuevo, tiene mucho más que ver con la política y la contraposición Ayuso-Colau que con lo que se cocine en ambas ciudades o sus nuevos restaurantes.
¿Y qué ocurre cuando Díaz Ayuso pasa por un momento especialmente delicado? Pues que la hostelería no traiciona. Algunos chefs se han posicionado públicamente a favor de Ayuso y, por más que hemos buscado, no hemos encontrado nada parecido del lado de Casado.
Tampoco dudas en voz alta o amagos de marcar distancias con la Presidenta por si al final el asunto se complica y uno no quiere ver titulares compartidos con ella.
Es el resultado de una relación aparentemente sin fisuras y que, guste o no, es una de las bazas que Ayuso tiene de su lado. Su incuestionable popularidad está tejida con muchos hilos. Entre ellos, esos bares, terrazas y cañas que ha sabido poner de su lado. No solo a los empresarios, por lo visto también a clientes.
Seguramente no es el motivo por el que el Pablo Casado ha decidido recular en su batalla interna, pero, sin duda, es algo a tener en cuenta y contra lo que cuesta mucho luchar. A fin de cuentas, ¿quién quiere oír hablar de cifras o comisiones cuestionables si se puede tomar una caña en libertad?