A tope con los bares y restaurantes, pero qué pereza la hostelería como colectivo convertido en lobby para gritar qué hay de lo mío. Tal vez haya sido una percepción equivocada, pero da la sensación de que somos muchos los que hemos pensado algo parecido durante estas últimas semanas.
Y es que una cosa es apoyar en todo lo que se pueda al bar y restaurante de turno, ya sea el del barrio o como ente anónimo que lo está pasando mal con la persiana bajada y el alquiler puntual, y otra jalear a un lobby que a ratos parecía reclamar no ayuda y solidaridad, sino algo que, al parecer, se le debía. Que posiblemente sea mucho, ojo, pero el momento y el tono pueden hacer que quede feo.
Y en este contexto llega la penúltima. Nunca mejor dicho. La hostelería y sus asociaciones postulándose como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Así, a lo loco y sin frenos. Por contextualizar, también en Bélgica algunos dicen que las patatas fritas con mahonesa merecen este mismo reconocimiento. Y no, tampoco es broma.
«Nuestros bares, restaurantes y locales de ocio nocturno han formado parte de nosotros, de nuestra sociedad, de la forma de relacionarnos y de nuestra historia. Y tienen un papel muy importante en la cultura española: en la música, en el cine, la literatura, el teatro, monólogos, la arquitectura y la gastronomía. Hasta el punto de que somos el país con más bares por persona», leemos en la página dedicada a recopilar firmas para apoyar la petición.
Los argumentos van desde que Lorca o Valle-Inclán escribían en los bares hasta que 10 millones de personas celebraron en uno el Mundial, que tirar bien una caña es un arte, o que una de cada tres parejas han tenido su primera cita en un bar. Vaya, que hay margen para ponerse sentimentales o tener un ataque de vergüenza ajena, según apetezca.
A la idea se han sumado unas cuantas caras conocidas y chefs de renombre que, la verdad, parecen estar más por compromiso que por creer en esta singular causa. Vaya que, en caliente, cualquiera declararía su bar de cabecera como monumento a la altura del Taj Mahal pero, tras el calentón, igual la idea da para canción de Sabina pero no para ponerle un sello oficial.
Paralelamente, en redes sociales tampoco han faltado los chistes más o menos ácidos sobre la idea. Muchos desde dentro del sector de la gastronomía e incluso de periodistas del ramo que se han saltado la habitual endogamia que se estila para suspirar con cierta desesperación ante la penúltima mala idea de ese familiar al que quieres pero que en la cena de Navidad solo quiere hablar él.
Para algunos es una forma más de pedir atención pública y más ayudas oficiales al sector, igual que está ocurriendo en otros países donde ya hay aprobadas reducciones de IVA o incluso cheques para animar a la gente a volver a los bares y restaurantes. Algo que, por suerte, parece que de momento no hace falta por aquí.
Otros levantan la mano para preguntarse cómo es posible apuntarse a la cola del Patrimonio de la Humanidad mientras, por poner un ejemplo, en Madrid, al parecer, más del 40% de las terrazas incumplían la normativa en Fase 1.
Claro que si de lo que se trata es de proteger de verdad los bares y restaurantes y reivindicar su papel como patrimonio cultural e histórico, nada que objetar y mucho que aplaudir.
No obstante, en ese caso, leyes como la del ayuntamiento de Barcelona para impedir que unas cuantas decenas de bodegas históricas acaben convertidas en el próximo local de una cadena de comida rápida o en otro Zara parecen bastante más útiles para defender el sector que ser Patrimonio de la Humanidad.
Lo que nos faltaba. Y Simón premio Nóbel. Hay que joderse. El alcohol es una de las peores drogas, cómo no se han enterado todavía.
Cada vez hay menos bares tradicionales y cada vez hay más franquicias. Estas franquicias también entran como restaurantes. ¿ Mac Donalds, Patrimonio de la Humanidad?