¿Pero las crestas de los gallos y gallinas se comen? Pues sí. Aunque de entrada pueda sonar raro y ya habrá alguno poniendo gesto torcido, por lo visto no es nada nuevo ni el penúltimo invento ahora que lo de la casquería vuelve a pegar fuerte. Según leemos por aquí, ya el mismísimo Leonardo da Vinci las incluía en su recetario y por algunas zonas como Zamora son medianamente conocidas.
Nuestro primero y, por ahora, único encuentro con ellas fue en Bilbao. Concretamente en Xukela (Perro, 2), un bar muy conocido del Casco Viejo en el que además de los vermuts preparados el pintxo de cresta de gallo es todo un clásico.
¿A qué sabe? Gran pregunta. Lo cierto es que tanto por textura como incluso por sabor nos recordaba a una seta y por lo que comenta más gente por ahí no parece que la comparación es muy habitual. En este caso, eso sí, el chorrito con la dichosa reducción de módena está de más.
Si el sabor -están buenas pero tampoco nos parecieron una exquisitez, la verdad- no es motivo suficiente para animarse a probarlas, ahí va otro argumento: resulta que tienen un alto contenido en ácido hialurónico, muy beneficioso contra la artrosis. Tanto que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria ha dado el visto bueno para que se utilice extracto de cresta de gallo en algunos alimentos.
Quienes tengan curiosidad por probarlas y no les pille a mano Bilbao ahora mismo, cuentan en Mercado Calabajío en un interesante artículo sobre este producto que también pueden encontrarse ya confitadas en el Club del Gourmet de El Corte Inglés.
[…] que esto era un blog de foodies modernillos de esos, esta es nuestra pequeña venganza. Tras las crestas de gallo del otro día, ahora llegan los caracoles. Para algunos, una auténtica exquisitez. Para otros, uno […]