Es ya tradición de la casa un análisis de urgencia del estreno gastrotelevisivo de turno. También es tradición que nuestros vaticinios se demuestren totalmente falsos en sólo unas semanas. Ahí estan los ejemplos de Pesadilla en la cocina y Masterchef.
Nuestras dotes analíticas y nuestra visión del éxito estan a la altura de Sandro Rey. Pero no desfallecemos y nos atrevemos con una tercera crítica. Top Chef, con Chicote a la cabeza y en el primetime de A3, parece a priori destinado a triunfar a lo grande.
El programa nace como la combinación perfecta entre «Esta cocina es un infierno» de Chicote, -donde el temido chef pone firmes a pseudocompañeros de profesión- y Masterchef, el talent show para cocinillas amateurs.
A la hora de la verdad pesa más el formato Masterchef. Las pruebas, la realización, la actitud de los concursantes… no sabíamos si estábamos en Antena3 o en TVE. Sólo la falta de comentarios por lo bajini de Maribel nos recordaba que Masterchef ya terminó.
Es muy preocupante la sensación de casi no notar diferencia entre los masterchefs y estos concursantes profesionales. Nervios, errores de principiante, postureo, roles marcados… Quizá es porque hemos visto cocinar poco – típica crítica de público cocinillas que el gran público no comparte -. Pero como el estreno es más parecido a un cásting que a un programa de televisión, de momento lo dejamos ahí.
Esto nos lleva al jurado. Un jurado con mucho protagonismo, que por algo está la bestia televisiva de Chicote a la cabeza. Hemos visto a Susi Díaz y a Paco León eclipsados, y en cierto modo es lógico. Pero no por darles más tiempo van a ser más carismáticos. Ahí está el ejemplo de Samantha.
A Chicote no le valía solo su potencia televisiva, además se ha quedado lo mejorcito de los concursantes en la primera prueba. Entre la cariñosa aprendiz Erika, Enrique, el jubilado, y Eduardo, el impasible chef militar, era un festival del frikismo culinario. Quizá por mantener algo de, ejem, prestigio gastronómico, se han ido los tres. Una auténtica lástima, televisivamente hablando claro.
Por ejemplo el dueto Chicote – Enrique habría dado grandes momentos. Enrique, ese hombre que ha dado de comer a Felipe González y a Adolfo Suárez. El mismo que a la pintada le quita los huesos de todos sitios pero deja las plumas. El que se corta pero disimula para no tirar un triste calabacín. El mismo que a las puertas de la jubilación se presenta a un concurso para relanzar su carrera. Puro espectáculo.
¿Y los platos qué tal? Poco hemos visto. Nos hemos quedado horrorizados con la anarquía del risotto, ¡qué título tan explícito! Ha habido experimentos dignos de José, como el arroz con canela. Hemos comprobado que el rodaballo es un pescado duro de manejar, tanto para Maribel como para la sensible Bárbara. En cambio nos ha gustado el boquerón del joven Iván. Pero vamos, hemos abandonado toda esperanza de aprender algo de cocina ahí.
El programa tiene ritmo y elementos para triunfar, empezando por su capitán, Alberto Chicote. Y se trata de un formato más que probado fuera de España. ¿Significa eso que será un éxito? Dependerá de que saquen lo mejor y, sobre todo, lo peor de los concursantes. Tienen un inconveniente, son cocineros profesionales y la empatía del público es difícil. Por tanto lo suyo es que esos famosos cuchillos vuelen por la cocina.
Porque estamos ante un reality. La cocina, la auténtica cocina, es rara en televisión. Ahí estaba David de Jorge para confirmarlo.