«Las agresiones sexuales son una constante para las mujeres sumilleres»

Hay algunos clásicos que no fallan cada 8 de marzo. Las notas de prensa de decenas de marca que se apuntan -algunas de verdad, otras solo una vez al año- a esto del feminismo para recordarnos el importante papel que las mujeres juegan en la compañía; los que no entienden nada y creen que esto va de felicitar a las mujeres trabajadoras, como si fuera el día de la croqueta o alguna de esas onomásticas gastronómicas en el calendario.

Tampoco faltan las listas de mujeres cocineras o restaurantes liderados por ellas que están triunfando, lo que es siempre una buena idea. Sea o no 8M, porque el reconocimiento y presencia mediática sigue siendo una asignatura pendiente.

O las historias de emprendedoras que consiguen, pese a todo, hacerse hueco en el sector de la gastronomía. Que se presente como algo noticiable -desgraciadamente lo es- responde por adelantado a mi comentario favorito de cada 8M: a estas alturas, no tiene sentido seguir hablando de machismo en la gastronomía.

Es algo así como la versión culinaria del «ni machismo ni feminismo», o de aquello de «y para cuándo el día del hombre trabajador» que todavía algunos cafres insisten en repetir para recordarnos lo necesario que en 2021 siguen siendo los 8M.

La mínima presencia de mujeres en las listas de turno (Michelin, 50 Best…) o la insistencia de ferias, congresos y demás en que ellas tengan una representación minoritaria o directamente no estén hasta que alguien les afea el detalle en redes sociales y toca, en el mejor de lo casos, corregir sobre la marcha y poner cara de sorpresa, son solo la punta del iceberg de un problema de sobra conocido.

Al menos por quienes hagan el mínimo esfuerzo en querer entenderlo, claro. Todavía recuerdo hace unos años, en el escenario de un conocido congreso de gastronomía -antes de la pandemia había esas cosas-, a tres señores hablando sobre la importancia de las mujeres en la cocina. Y no, no era un sketch de humor.

Evidentemente, estos casos son casi anécdotas cuando se comparan con situaciones mucho más graves. Y no hablamos ya de la situación de las mujeres en la gastronomía de otros países -el caso de Francia es de sobra conocido, por citar uno cercano-, sino directamente de acoso sexual. Un cáncer normalizado durante décadas en el sector y sobre el que el movimiento #metoo puso el foco hace unos años.

La historia se repite en todas partes. Por citar otro ámbito que me es cercano: en la fotografía, la prestigiosa agencia Magnum y el hasta ahora venerado fotógrafo David Alan Harvey se enfrentan a un escándalo con decenas de acusaciones de acoso por parte de fotógrafas.

El guión es parecido al escuchado también muchas veces en el ámbito gastronómico: todo el mundo lo sabía pero se toleraba, minimizaba o, directamente, se ignoraba.

¿Algo del pasado? Ni mucho menos. De hecho, hace solo unos meses, el pasado otoño, The New York Times publicaba un reportaje en el que varias mujeres denunciaban por acoso sexual a miembros de Court of Master Sommeliers, una de las instituciones del mundo del vino más respetadas del mundo.

Uno de los miembros -relata el artículo- propuso, al menos a 15 mujeres, favores laborales a cambio de sexo. Incluso, cuentan las protagonistas, se había institucionalizado el término sommsucker para referirse a las víctimas del acoso de los Maestros Sumilleres. También se relata un caso de violación por parte de uno de los miembros destacados de esta asociación profesional.

«Las agresiones sexuales son una constante para las mujeres sumilleres. No podemos escapar de ello, así que aprendemos a vivir con ello», explicaba Madeleine Thompson, una de las más de veinte víctimas que cita este artículo. Sencillamente aterrador.

Es solo un ejemplo, porque los casos se repiten en todos los ámbitos y países. De hecho, es posible que muchos conozcamos alguno. Y que nos preguntemos, después de saludar por educación o por piloto automático o por vete tú a saber qué, a ese miserable del que tu compañera y amiga te contó aquello, si no seremos también un poco cómplices de esta inercia que no acaba de explotar.

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