Hacer chistes sobre la gastronomía inglesa es demasiado fácil. Escandalizarse por los atentados gastronómicos que por allí se hacen a partir de platos españoles también. Tan sólo hace falta darse un paseo por el concurrido Borough Market de Londres y descubrir como uno de los atractivos de este mercado es la denominada Bomba Paella. Así, tal cual suena.
No hace falta ni preguntar a los defensores de la pureza de la auténtica paella para saber que esta versión con chorizo no cumple los estándares valencianos. «Es que si no tiene chorizo no les gusta», nos comentaba hace ya años una chica española que estaba por allí sirviendo raciones al ver nuestra cara de espanto. La paella -o arroz con cosas, para que nadie se ofrenda- estaba bastante comestible, por cierto.
Bromear es fácil. Pero que levante la mano al que no le hayan colado alguna vez un ceviche que no cumple con unos mínimos, unos tacos que harían llorar a cualquier mexicano o un arroz tres delicias que jamás ha existido en China. Las versiones locales de platos extranjeros siempre son un tema delicado, así que tampoco es cuestión de aprovechar el tema del Brexit para, henchidos de orgullo gastronómico patrio, darle caña a la Pérfida Albión y todo aquello. Vaya, que si se trata de maldecir a Margaret Thatcher y compañía, hay motivos muchos mejores.
Porque más allá de los chistes, los posibles discursos encendidos sobre Gibraltar, o los tópicos sobre lo mal que cocina esta gente -«que se vayan, mejor», es el ‘comentario cuñado’ perfecto para acompañar esta afirmación-, está claro que las consecuencias económicas de la salida de Reino Unido de la Unión Europea estarán ahora mismo quitando el sueño a más de una compañía. También dentro del sector gastronómico, claro.
«Sería un palo para el negocio y para la proyección de nuestros productos en este país», comentaba hace unos días el chef José Pizarro -con tres restaurantes en Londres- en un reportaje publicado por El Mundo. Es pronto para medir el impacto económico y hacer números, pero es evidente que todo será un poco más complicado para las firmas que operan o exportan producto a aquel mercado.
La lista es larga, y sale sola sin darle demasiadas vueltas. Muchas bodegas españolas tienen allí uno de sus principales mercados -empezando por los vinos de Jerez-, y el jamón y el aceite de oliva también llevan años luchando por hacerse un hueco. Y, por supuesto, los cada vez más numerosos restaurantes españoles que se han atrevido con Londres. Los efectos sobre la Libra o los posibles cambios en las normativas y trabas de importación de productos son sólo algunos de los temas que durante los próximos días coparán los titulares económicos y que tendrán un efecto muy real sobre estas empresas.
Mientras tanto, resulta imposible hablar de vino en el Reino Unido y no pensar en esas imágenes de los supermercados londinenses vendiendo el vino ya en su copa. Un formato impactante pero que -bromas al margen- deja claro que lo importante es vender vino, y si hace falta ponerlo en la copa, echarle hielo al rosado o usarlo para un cóctel, se hace. Así que mientras nos echamos las manos a la cabeza, no estaría de más recordar que el consumo de vino por habitante y año en Reino Unido es similar al de España.
Y es que, por mucho que espante un paseo por los lineales de un supermercado viendo sandwich de paella o esas patatas bravas con pollo y den ganas de decirles «no os vais vosotros, os echamos», en realidad aprovechar el Brexit para volver al clásico de que por allí se come fatal sería imperdonable. Y mentira.
Y lo hemos intentado demostrar siempre que ha habido ocasión de escaparse. En Londres se puede comer bien y a un precio ajustado, repetimos una y otra vez mientras recorremos puestos de comida callejera, algunas cadenas de restaurantes que no lo hacen mal, mercados en barrios de moda o más alejados y, en general, gente que lo está haciendo muy bien y se toma en serio la gastronomía. Incluso si un día nos ponemos más elegantes es posible comer un menú de lujo en uno de los barrios altos por un precio tampoco muy alejado de lo que se pagaría en las grandes ciudades españolas.
Tal vez por eso nos da pena que quieran ser un poco menos europeos de lo que ya de por sí siempre fueron. Y, claro, pensamos volver por allí siempre que se pueda para seguir comiendo rico y descubriendo nuevos rincones. Eso sí, lo de la Bomba Paella tendríamos que hablarlo, darlings.