La primera ley universal de la modernez asegura que ningún moderno puede reconocer su pertenencia a ese grupo. Modernos son siempre los otros, así que posiblemente eso también nos incluye a nosotros, que durante estos últimos tres días hemos estado por el festival Primavera Sound de Barcelona, epicentro mundial de lo hipster, desde el pasado jueves.
Además de intentar llegar a todos los conciertos, decir que tal o cual grupo antes era mejor y ahora se ha vuelto comercial, e intentar colar bebida en el recinto -deporte oficial de cualquier festival que se precie- frente a lo que cabría pensar, la gastronomía también tiene su espacio aquí. Algo tendrán que comer todos estos muchachos para aguantar tantas horas, más allá de lo que digan los tópicos sobre sustancias alternativas para mantenerse despiertos.
Es verdad que nadie viene al Primavera a comer y que a diferencia de lo que ocurre en otras citas -ya hay festivales que se definen como musicales y gastronómicos- aquí el tema alimenticio es muy secundario. Pero la evolución de la oferta gastronómica es muy evidente, hasta tal punto que, para sorpresa de muchos dentro, del Primavera se puede comer relativamente bien y a unos precios más o menos lógicos. Al menos si se compara con la cerveza vendida por hectolitros y a precio de sangre de unicornio.
Pero ojo, que no sólo se trata de cerveza y petacas clandestinas. Marcas como Bacardi o Martini tienen su propia terraza, así que tomarse un Martini Tonic al atardecer es una opción. O una copa de vino gracias al espacio de Torres. ¿Hay algo más elegante que escuchar a Antony and The Johnsons con una copa en la mano?
Y es que la transversalidad generacional -como dirían los politólogos- también se nota en este festival, y hay quienes se vienen con el vino de casa camuflado en una de esas bolsa-cantimplora blandas usadas por deportistas. Andrew y Sally son ingleses y vienen cada año desde la primera edición, nos cuentan mientras nos enseñan su ingeniería enológica y nos ofrecen un poco de fuet que se han traído en la mochila para ir picando. Hay nivel, está claro.
No hay ninguna restricción para meter comida en el recinto, pero es verdad que la opción de los bocadillos no siempre es suficiente para las sesiones que pueden comenzar a primera hora de la tarde y alargarse casi hasta el amanecer. Sobre todo cuando al pasar cerca de alguna de las zonas de comida huele tan bien. Y es que, se crea o no, aquí huele a comida. A comida y a Paco Rabanne Black XS, en cuya fiesta de décimo aniversario -celebrada coincidiendo con el Primavera Sound como parte de su campaña musical y lanzamiento de la edición limitada Be a legend- también nos hemos colado.
Así que, bajo la atenta mirada Iggy Pop y Debbie Harry con sus respectivas ediciones limitadas del perfume, en la terraza del cercano hotel Vincci Bits pudimos seguir con nuestro trabajo de investigación sobre la gastronomía hipster. En este caso en versión de día y reconstituyente, con la clásica fórmula de bloody marys y grasa de la rica en raciones de cóctel. Por cierto, otro tópico que se derrumba: las blogueras de moda también comen. Al menos en las fiestas.
Pero volvamos al recinto del Primavera. Nada menos que seis zonas de comida hacen de este festival posiblemente una de las mayores concentraciones de Street Food del país. Hay de todo, desde los clásicos -hamburguesas, pizzas, bocadillos sencillos o de cierto nivel- hasta comida oriental, un stand de ensaladas que vemos un poco desierto pero que de día triunfa un poco más, y uno dedicado a la comida vegana. Hay colas en todas partes, pero una especialmente larga en el de comida vegana parece dar por bueno el tópico sobre el gusto de los modernos por la comida bio, eco y demás. De hecho, casi todos los puestos y camionetas incluyen alguna de estas etiquetas en sus platos. Una buena noticia: hay oferta también sin gluten, tanto de comida como de cerveza.
Los más previsores incluso pueden trazar su plan, puesto que en la web oficial aparecen los platos e ingredientes de todos los locales que han montado su propia parada dentro. E incluso hay guías con recomendaciones sobre qué y dónde comer, porque por mucho que la idea original sea escaparse fuera para ahorrar unos euros en los bares de la zona o el centro comercial, la pereza y las prisas no ayudan. Pero no parece muy probable esa planificación, teniendo en cuenta que bastante complicado es cuadrar el programa musical para no perderse nada de la inabarcable oferta de conciertos.
No ha habido tiempo ni presupuesto para probar todo, pero las hamburguesas y butifarras hechas sobre brasas de Sifó y Brasa se encargan de aromatizar toda la zona; los ceviches de Ceviche 103 -en la lista de los mejores de Barcelona- ponen el punto de nivel, y A Casa Portuguesa incluso se ha traído sus riquísimos pasteles de Belén.
El pulled pork -bocadillo de cerdo asado a baja temperatura- se ha convertido en uno de los más populares de la comida callejera, y aquí tampoco falta a su cita. De hecho, su precio nos sirve para hacernos una idea del cambio de moneda entre el interior y el exterior: si normalmente el pulled se cotiza a unos 5 euros aproximadamente, aquí dentro cuesta 7.
Parece muy razonable a poco que se piense en lo que costará tener la camioneta de comida allí dentro. Nadie quiere hablar de precios por más que preguntamos, pero es de sobra sabido que el Primavera no es nada barato para los patrocinadores ni para los que quieren aprovechar el tirón para tener allí sus productos o su comida.
De hecho, ese es el precio medio de la mayoría de bocadillos y platos. Virginie -francesa afincada en Barcelona y también habitual- se está comiendo un bocadillo vietnamita de considerables dimensiones, con pan blando, carne asada, pepinillos, cilantro, ajo negro… El nombre no nos acaba de encajar, pero asegura que está riquísimo. Le ha costado 8,5 euros. Junto a ella Kasia -polaca y Barcelonesa también- da buena cuenta de una hamburguesa Caribou completa, que cuesta también 8 euros.
Nos da envidia así que caemos en la tentación: carne de calidad y al punto, bien de queso y bacon, pan algo tostado en el interior… Efectivamente, hemos comido hamburguesas peores y más caras en locales de la ciudad supuestamente dedicados a las hamburguesas gourmet.
Tal vez sea el hambre o las pocas expectativas gastronómicas con las que se acude normalmente a estos eventos, pero lo cierto es que, tras tres días pululando y cenando por allí, el examen se aprueba con nota. El Primavera Sound no es un festival gastronómico, pero no le tiene ninguna envidia a otros encuentros de comida callejera que se celebran de forma cada vez más habitual en muchas ciudades. Aquí, además, hay música aunque, claro, eso se paga aparte.
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A mi, de todas esas fotos la que más me ha gustado es esa donde hay una chica que está para comérsela.
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Lo peor de comer en estos festivales de mil escenarios es que a cada mordisco te estás perdiendo algún momentazo. Y lo de los precios de las bebidas es un auténtico abuso, en el Primavera Porto cobran 3.5 euros por medio litro de birra que está muy bien pero en bcn se les va…
Fui el año pasado y las fotos parecen de cualquier otro festival.
Se come pura mierda a precios insufribles: salchichas de porexpan envuelvtas en pan acartonado, patatas fritas hace diez años en aceite rancio, bocadillos con restos de la morgue de Moscú. A los sitios de sushi ni te acercabas porque al pescado crudo en esas condiciones le resucita el anisakis. Yo no vi sitio de vinos, ni de comida vegana, ni de delicatessen, sólo puestuchos de barraca de feria de arrabal de Bucarest, a cual más caro, con más cola, con personal totalmente incapacitado para cualquier actividad laboral, desorganización constante, suciedad y conformismo.
No os dejéis engañar, las fotos parecerán chulas, pero no es más que efecto de los filtros de Instragram. La realidad es muy diferente.