Que levante la mano el cocinillas que alguna vez no ha optado por hacer trampa y atajar en una receta a base de latas. Falsarius Chef ha convertido este pecado en una religión que cada día tiene más adeptos: la cocina impostora. Alta gastronomía de supermercado para sorprender a nuestros invitados con botes y latas convenientemente camufladas gracias a los trucos de este anónimo y mediático cocinero, valga la contradicción. Pese a que las malas lenguas dicen que es el archienemigo de los grandes chefs, Falsarius confiesa que le encanta Ferran Adrià y que sus mayores problemas han sido con sectas defensoras de la paella tradicional. Mientras prepara su próximo éxito impostor («recetas pijas, coctelitos y chuminadas de esas») hablamos con él de cocina, mujeres, colesterol e incluso de Urdangarín. Sólo nos ha faltado averiguar su identidad secreta.
Nuestros servicios de contraespionaje nos aseguran que lo de las gafas y la nariz postiza es parte de un programa de protección de testigos ante las amenazas de los grandes chefs. Dada la situación suponemos que no podemos preguntar por la identidad real de Falsarius.
Si le preguntas esas cosas tan íntimas a un tipo que va por la vida con gafas de plástico y nariz postiza, tienes muchas posibilidades de que te mienta.
Empezamos en plan hiriente… ¿te gustaría ser cocinero?
Cuando era muy jovencillo le conté a mi padre que dudaba entre ser periodista o cocinero. Me contestó lacónico que prefería verme de puto en la Gran Vía. Eso fue definitivo. Hay que ver las cosas que se hacen por llevarle la contraria a un padre.
¿De dónde surge la idea de la cocina impostora? ¿Necesidad, hartazgo de la cocina molecular, ganas de hacer algo diferente?
Surge del hambre. La mezcla de hambre y una nevera semi desierta es sin duda un poderoso acicate para la imaginación. Bueno, las ganas de incordiar un poco también ayudaron.
Nos encanta tu definición de la ensalada tristona que provoca astenia espiritual. ¿En las latas hay alegría?
Las latas son la gran revolución gastronómica de los tiempos modernos. Una lata de anchoas, de ricos berberechos gallegos o de jugosos mejillones en escabeche son momentos culinarios excepcionales al alcance de cualquiera que sepa tirar de la anilla de un abrefácil. No sé si eso reporta alegría pero la felicidad está garantizada.
¿Congelados sí, pero comida ya preparada no? ¿Cuáles son los límites de la cocina impostora? Suponiendo que haya límites.
Nada del súper me es ajeno. No limits, no future, en ese sentido soy un cocinero (o lo que sea) bastante punk. Si está rico, engaña a la gente y no causa una muerte instantánea y dolorosa, me vale.
¿La cocina impostora es para diario o sólo para días señalados en los que hay que dar el pego?
Hay gente que ha empezado a cocinar con mis recetas impostoras y que al cabo de un tiempo me escriben para contarme que se han lanzado al proceloso mundo de los cocidos más tradicionales (a chup chup de cuatro horas). Lo mío ya es un caso perdido. Yo ya hago trampa en todo lo que cocino. La impostura es una actitud.
Leemos en una de tus recetas: “Las verduras del súper son como las sirenas de Ulises, apartándome de mi destino de Latítaca» ¿Seguro que comer tantas latas no tiene efectos secundarios?
Espero que los tenga. Me encantaría que tras mi muerte mi cuerpo atiborrado de conservantes se mantuviera incorrupto y la gente comentara, “míralo, era un santo”.
“Garbanzos, callos y tika-masala”, leemos entre tus recetas. Ni Ferran Adrià en sus mejores días. Confiésalo, en realidad la cocina modernilla también te gusta.
Ferran Adrià me encanta, está muy pirado. A parte de eso, lo que me gusta es hacer ver a la gente que uno puede coger los parámetros de la alta cocina y jugar a ello en casa con cosas del súper de la esquina. Que se pueden divertir y comer rico. Y tomarle un poco el pelo a las visitas.
Más recetas: sushi con arroz de esos de vasitos y salmón ahumado, paella hereje… Estás jugando con cosas bastante sagradas. ¿Alguna amenaza de la yakuza o de valencianos cabreados?
Los japoneses (hasta el momento) han sido bastante discretos y aparte de hacerme llegar alguna novela de sus escritores modernos, no han atentado gravemente contra mi vida. El caso de los talibanes de la paella, sí que fue peor. Qué cabreo se pillaron. Son como una secta.
¿Cómo es posible que un cocinero impostor reniegue del microondas?
No sé, le tengo manía. Deja los alimentos arrebatados y furiosos, como si las ondas les trastornaran y se volvieran zombies cabreados. Además me dan miedo. En Estados Unidos ha habido casos de microondas enloquecidos que han atacado a sus dueños mientras dormían. Son el infierno convertido en electrodoméstico.
Obesitos de turrón, emapanalletas… ¿el colesterol bien?
Mi cuerpo desafía a la ciencia. Bueno vale, y al sentido común. Mido 1,82, peso 75 kilos (no es por chulearme, pero es que tiene uno tipazo) y las analíticas me salen perfectas. Supongo que es cuestión de equilibrio.
Roscón republicano a base de ensaimada. Como homenaje al caso Urdangarín y los chanchullos (presuntamente) en Palma no está nada mal.
A Urdangarín le dediqué una receta homenaje, los “huevos a la Urdangarín”. Lo del roscón republicano es anterior, pero ciertamente está bien traído. Resulta bastante profético.
Mucho meter caña a los egochefs, pero resulta que en tu novela Fabada a muerte en cocina fusión el protagonista eres tú. Ejem…
Je, je. No es cuestión de ego. Soy un escritor muy limitado y eso de meterme en la cabeza de otro me daba mucha pereza. Cogí lo que tenía más a mano, esto es, mis deterioradas neuronas. Además empecé a escribir convencido de que al final me ligaba a la rubia protagonista. Pero nada oye, ni en novela.
Un gin tonic sin pepino, pides en un momento de esta novela. ¿Para cuando un tratado de coctelería impostora?
Estoy en ello. Ando dándole vueltas a un libro con recetas pijas, coctelitos y chuminadas de esas (todo impostor, por supuesto) por si un día quieres impresionar a tus amigos y enseñarles lo cool que eres. Igual añado unos autores para citar en la comida, unas músicas para poner de fondo y un par de paridillas más para que el efecto sea completo.
Otro pasaje que nos encanta: “Se llamaba Laura y era una de esas mujeres que entran en la vida de los hombres como un palillo en una lata de mejillones: rompiendo corazones”. Vamos, que la cocina impostora en el fondo sirve para lo mismo que la otra: para intentar ligar.
¿Tenías alguna duda?