Escasez de aceite de girasol en el país del aceite de oliva

Hace poco nos reíamos de cuando en los primeros momentos de la pandemia el papel higiénico, la harina y la levadura desaparecieron de los supermercados. Qué histéricos, qué tontería, qué sinsentido, decíamos. Pero han bastado unos cuantos titulares para que vuelva a cundir el pánico y, como cualquiera que se haya pasado por un supermercado estos días habrá comprobado, el aceite de girasol vuele.

Estanterías vacías, limitación a la cantidad de litros de compra por persona, desabastecimiento. La razón es conocida: Ucrania es uno de los grandes productores del mundo y la guerra allí ha hecho saltar las alarmas. Eso, unido a lo que nos gusta a los medios -nótese la ración de autocrítica- alimentar la histeria a base de titulares que den para click, y ya tenemos el contexto perfecto para que alguien decida llevarse a casa más aceite de girasol del que va a usar en dos años.

Asumido que de la pandemia no salimos mejores ni más listos, la crisis del aceite de girasol obliga a plantearse preguntas más allá de la anécdota de las estanterías vacías. Empezando por las más obvias: ¿por qué España necesita importar aceite de girasol de Ucrania y Rusia con los bonitos campos de girasoles que tenemos en muchas regiones del país?

Muy sencillo: porque la demanda es muy alta tanto a nivel doméstico como de la industria, y no queda cubierta con el aceite de girasol nacional. Desde hace décadas, la producción en España ha bajado y, además, en una economía global, seguramente es más económico -o lo era hasta ahora- traer aceite desde Ucrania que producirlo aquí. Cosas del mercado. Levante es la huerta de Europa, pero nuestras legumbres llegan desde América.

El nuevo panorama está haciendo que algunos miren con interés recuperar cultivos de girasol desaparecidos y que ahora podrían volver a ser rentables. Otro recordatorio de que este mercado tiene poco que ver con el consumidor y mucho menos con la idea de soberanía nacional en clave alimentaria y mucho con la macroeconomía y la especulación.

Dejando a un lado la dependencia de muchas industrias del aceite de girasol -sobre todo tras la mala fama del de palma-, en casa seguimos con la idea de que el de oliva es para los días de fiesta o en crudo, pero que para el día a día o freír mejor el de girasol.

Por precio, por sabor más suave… El de orujo está demostrado que es una alternativa excelente, pero parece que la idea no acaba de cuajar. Veremos si saben aprovechar esta oportunidad. El de colza también es una gran opción y, además, España es un gran productor de esta planta que llena de amarillo muchos campos.

Pero la intoxicación de principios de los 80 por un fraude en este aceite convirtió «colza» en una palabra maldita en el país y, por lo visto, nadie se ha animado a intentar reparar aquello.

¿Pero cómo es posible que el país del aceite de oliva quiera cada vez más aceite de girasol? Los datos confirman que, lejos de disminuir, la demanda va al alza, y en 2020 gastamos bastante más aceite de girasol que en 2010. Según los últimos datos, el 33% del aceite que se consume en lo hogares sigue siendo de girasol. En la hostelería, por supuesto, la cifra será mucho mayor. Somos el país del AOVE, pero también el de la fritura y la fritanga.

La pregunta tiene muchas respuestas y el debate muchos flecos. Pero, volviendo a las estanterías del supermercado, encontramos una pista. El aceite de oliva virgen extra sigue relativamente arrinconado y el de oliva -un aceite refinado sin mucho interés- reclama su espacio. Estamos en 2022 y los productores y la distribución siguen jugando al despiste con uno de los productos estrella del país.

Cómo no vamos a seguir queriendo aceite de girasol si a estas alturas seguiremos sin saber la diferencia entre aceite de oliva y aceite de oliva virgen y virgen extra.

4 COMENTARIOS

  1. Es que en el país del oliva, habría que bajar un poco el precio del mismo no? El de girasol sigue siendo más accesible! El de olvida está muy caro…simple

Los comentarios están cerrados.