
Las restricciones horarias en Madrid y, sobre todo, la decisión de cerrar durante 15 días -«serán más», dicen ya algunos- en Cataluña, han puesto a la hostelería en pie de guerra.
Aunque es verdad que algunos parecen olvidar que son muchos los sectores económicamente afectados por la pandemia y las medidas adoptadas para intentar controlarla, la hostelería ocupa un lugar destacado en titulares: las cifras de pérdidas, su importancia en el PIB nacional, la cantidad de cierres que se esperan…
La decisión de la Generalitat parece certificar lo que muchos llevan tiempo denunciando: se está culpabilizando a bares y restaurantes por el aumento de los contagios cuando no hay pruebas que demuestren que estos espacios sean el origen o tengan relación con el incremento en la cifra de pacientes de la Covid-19.
Un reciente estudio de Makro coincidiendo con el día de la hostelería asegura que más del 70% de los encuestados considera que «la hostelería es poco o nada responsable de los rebrotes del país». Por supuesto, el control de una epidemia no depende -no debería- de la opinión pública, pero sí da una pista sobre la percepción general del asunto.
Están pagando justos por pecadores, protestan muchos hosteleros que, tras meses cerrados en la primera ola, no saben muy bien cómo aguantarán el nuevo cierre.
Y es cierto que en general se respetan aforos, distancias, mascarillas, limpieza de mesas y demás normas. Pero no es menos verdad que en estos meses seguro que todos hemos visto terrazas ocupadas más allá de lo permitido, mascarillas mal puestas en cocina o sala y gente comportándose con muy poca cabeza.
El chef César Martín (Lakasa, Madrid) lo explicaba en su Twitter con muy pocos miramientos en un duro y sano ejercicio de crítica al propio sector y a los que se han saltado las normas. Algo en lo que, evidentemente, también hay otros responsables: los clientes y las autoridades que han dictado unas normas sin ocuparse de que alguien se encargara de vigilar y obligar a cumplirlas.
A los empresarios de hostelería que celebráis fiestecitas multitudinarias nocturnas en vuestros locales a puerta cerrada. Dejad de hacer el gilipollas que nos vais a joder a todos.
Gentuza que solo quiere enriquecerse, ATPC de esta maravillosa profesión. No os queremos aquí— César Martín (@Cesarmartincruz) October 14, 2020
«Si cerrar quince días sirve de algo, se hace», comentaba con resignación la noche del miércoles un cocinero de un restaurante de Barcelona mientras en la mesa comentábamos los primeros rumores sobre el cierre que venía.
¿Qué más explicaba? Las peleas para hacer entender que en la terraza no se puede fumar y las discusiones con los clientes que pedían mesa para 8 o para 10 cuando desde hace tiempo en Cataluña los grupos están limitados a 6.
Esa es la realidad que llevan tiempo viviendo muchos hosteleros que han hecho las cosas como tocaba o como marcaban las normas del momento y que ahora tendrán que cerrar.
¿Se echa de menos por parte de las asociaciones de hostelería algo de crítica a quienes se saltan las normas? Por supuesto. Reclamar ayudas, protestar o llevar los cierres a los tribunales es parte de lo que seguramente corresponde a un lobby, pero no estaría de más asumir algo de responsabilidad por algunos de sus representados en vez de recordarnos todo el rato lo importantes que son para el PIB.
No se trata de sumarse a la legión de epidemiólogos que tanto abundan en redes sociales para añadir otra prescindible opinión a la larga lista generada por estas medidas. Ni de tener que elegir bando entre hosteleros y autoridades, un peligroso juego al que algunos parecen apuntarse encantados. Si algo sobra ahora mismo es eso.
Así que todo el apoyo a los hosteleros que lo hacen bien, ojalá una buena multa a los que han hecho lo que les ha dado la gana y, sobre todo, ojalá estos quince días sirvan para algo.
Se nos va de las manos las normas raras.
Adelante y animo a todos los hosteleros.