Madrid quiere ser Miami, también en las propinas

Llegados a cierta edad, tendemos a repetir anécdotas. Pero es que esta es muy buena cuando se habla de las propinas y de la suerte que tenemos en España de no estar sometidos al sistema anglosajón. Hace muchos años en Las Vegas, en una cena de trabajo, se dejó en manos de quien atendía hacer una selección de platos para facilitar el pedido. Todo a compartir, variado, lo que veas.

El responsable de la sala decidió que aquella mesa manejaba y éramos un poco idiotas, así que fue sacando uno tras otro los platos más caros de la carta. La cuenta fue un espectáculo. El responsable de pagar aquello lo hizo sin rechistar pero dejó claro que el 15% de propina lo iba a poner Rita. Y se lío.

Por allí pasaron todos los responsables del restaurante preguntando qué ocurría. Asumían que se habían pasado de listos, pero comentaban que la propina no era opcional. Al final se dejó algo para acabar la discusión, pero no lo estipulado.

Volvemos a Madrid. El plan de Ayuso para convertir la ciudad en un parque temático liberal, donde inversores y turistas son más felices que los ciudadanos -los pobres, se entiende- sigue a buen ritmo. Y ha llegado a la casilla de las propinas. Si queremos ser Miami, que se note. O Las Vegas de Hacendado, que decía el otro día un desaprensivo al escuchar al alcalde madrileño llorar porque en Bilbao las tiendas cierran los domingos.

En una campaña de la Comunidad de Madrid que ha hecho sonrojar incluso a los más devotos de la secta ayusista se sugiere que de nuestras propinas dependen los pequeños sueños de los trabajadores de bares y restaurantes. O dejas bote o el hijo de Luisa no podrá ir a clases de piano, comunista de mierda.

El bochorno es tal que es de esos mensajes que hay que ver varias veces y buscar la fuente oficial para creer que es real. No es un tuit escrito en caliente, una respuesta parlamentaria con un chupito de más o las clásicas ganas de crear lío que tanto se estilan en cierto arco político. Es una campaña que ha tenido que ser propuesta, aprobada, pasar por varios filtros, guionizada, rodada, aprobada de nuevo y publicada. 

Y en todo ese proceso, por lo visto, no ha habido nadie capaz de pararlo. Lo que hace pensar que la idea venía de suficientemente arriba como para que el sentido común no pudiera imponerse al desparrame hostelero-liberal que propone. En realidad, solo un pasito más de esa medicina que llevan administrándonos desde que en algunos lugares y despachos decidieron que salvar la hostelería -que tampoco- era más importante que salvar vidas.

El caso es que quieren convertir la propina, que se estila por aquí como algo opcional y un gesto de agradecimiento, en casi una obligación para que los trabajadores de la hostelería puedan llegar a fin de mes decentemente. Vaya, que el sueldo no te va a dar para clases de piano del crío.

Porque ese es el mensaje de este anuncio. Tan escandaloso como previsible dentro de la lógica económica de quienes mandan. Nada casual. Las propinas, por cierto, no cotizan, no pagan impuestos, por si se nos había despistado ese pequeño detalle. 

Hay que reconocer que las reacciones invitan a cierto optimismo, porque ni entre lo más rancio del mundo hostelero han salido por ahora defensores de esta vergonzosa campaña. Incluso medios poco sospechosos de rechistar nada de lo que diga la Presidenta hablan de una campaña surrealista.

En un momento en el que el debate está en los salarios y condiciones en hostelería, en la conciliación familiar y en que, en definitiva, los trabajadores puedan pagar sus sueños con un salario digno, este mensaje es un insulto. Otro más. Es verdad que trasladar al cliente la responsabilidad sobre las condiciones laborales de un negocio no es nuevo, pero hacerlo de forma tan descarada sí.

Leía el otro día en El País que Madrid es aquella Habana de Batista, frente al Santiago de Chile de Allende. No preguntaré por los bandos, porque me dan miedo las respuestas de algunos cocineros y hosteleros. Algo me dice que volverían a bombardear La Moneda.