A Trump, por supuesto, le encanta la comida rápida y la carne muy hecha

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Si, como suele decirse, nunca hay que fiarse de alguien a quien no le guste comer, ya hay otra buena razón para sumar a la interminable lista de motivos para que Donald Trump caiga mal. Y es que el candidato republicano a la Casa Blanca cumple todos los tópicos gastronómicos que normalmente se asocian a la alimentación en Estados Unidos, en su vertiente más culturalmente lamentable y peligrosa para la salud.

Amante confeso de la comida rápida, las fotos en su jet privado con una hamburguesa de McDonald’s entre las manos, o uno de esos boles de pollos frito de KFC, son bastante habituales en sus redes sociales. Lejos de asumirlo como un vicio puntual, Trump abandera cierto desprecio por la gastronomía y -cuentan quienes le son cercanos- que para el millonario, comer es un mero trámite que hay que resolver de la forma más rápida y aséptica posible.

Aunque es verdad que hay argumentos mucho mejores para echarse a temblar sólo de pensar en este personaje ocupando el despacho del hombre más poderoso del mundo, son muchos los analistas políticos estadounidenses que ven en las costumbres alimenticias de Trump un simple reflejo de la personalidad e ideología del personaje.

Sin ir más lejos The New York Times le dedicaba recientemente un demoledor reportaje centrado en sus aficiones a la hora de comer. Y es que al republicano no sólo le apasiona la llamada comida basura, sino que defiende su calidad y argumenta que al menos tiene la seguridad de que todo está limpio y producido con unos estándares higiénicos. Para completar la estampa, tampoco es ningún secreto su adicción a la Coca Cola Light, los caramelos y helados y, por supuesto, a la hora de pedir un filete, lo quiere bien hecho.

Todo parece un chiste de esa América profunda, pero en este caso la realidad del que podría ser el próximo presidente de Estados Unidos cumple al pie de la letra lo peor de ese estereotipo de hamburguesas y pizzas. Por cierto, de la pizza -él mismo lo ha explicado en varias ocasiones- sólo se come la parte superior para evitar que la masa acabe con su sana figura. No, tampoco es una broma.

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Por supuesto, en política nada es casual, y hay quienes ven en esta defensa de la comida rápida un guiño a las clases populares. “Soy uno de vosotros”, parece querer decir el multimillonario, volviendo a poner sobre la mesa esa historia del sueño americano y el éxito empresarial.

Para rematar este chiste sin gracia, las relaciones de Trump con el mundo de la alimentación no son sólo colaterales. Las bodegas familiares -que pasaron a manos de su hijo y ya no forman parte de su inmensa corporación- producen un vino que los críticos califican como decente, aunque el vodka Trump que salió al mercado hace ya unos años fue un fracaso e incluso provocó algún que otro disgusto entre la comunidad judía al estar etiquetado como kosher sin cumplir las correspondientes normas.

Otro detalle surrealista para añadir a la lista de este hombre que se comería un chuletón pero bien hecho: en 2007 lanzó su propia marca de filetes (Trump Steaks), de la que también se desprendió pocos años después.

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Pero más allá de las fascinación que puede producir este personaje, lo cierto es que sus propuestas en materia de nutrición son acordes a su forma de concebir la alimentación. Además de su amor por las compañías de comida rápida y su apuesta por desregularizar el mercado, en diferentes ocasiones ha mostrado su poco interés y menor conocimiento sobre uno de los grandes problemas sanitarios de su país: la obesidad.

Para Trump -y en ese discurso no está solo-, el problema de los niños no es que en muchos colegios la pizza sea considerada un vegetal (y no es broma), sino la falta de presupuesto para que hagan más deporte o que la comida sea de más calidad. En su particular mundo, posiblemente eso se traduzca en hamburguesas más grandes, claro. Para hacerse una idea del nivel, cuentan que jamás se le ha visto comiendo verduras.

trump-02Mientras al otro lado del Atlántico el miedo a que Trump llegue al Despacho Oval ha movilizado a progresistas, actores, celebritys y, en general, cualquier persona con dos dedos de frente para convertir a Hillary Clinton en algo así como un mal menor -tampoco es que las propuestas sobre política alimentaria de los demócratas sean para tirar cohetes-, lo cierto es que esta suerte de Tío Gilito que se alimenta como un adolescente mantiene sus aspiraciones presidenciales.

El retrato gastronómico es aterrador y un buen reflejo de lo que hay dentro de su cabeza. Dejar en sus manos decisiones que, entre otras muchas cosas, tengan que ver con la alimentación y la nutrición suena tan peligroso como imaginar al dueño de cierta cadena de supermercados como presidente del gobierno. Por aquello de usar una comparación más local con otro empresario de éxito y adicto a las declaraciones incendiarias sobre los derechos sociales.

Y es que, volviendo al tópico, los triunfadores que muestran poco respeto por la comida que engullen o venden no suelen ser gente de fiar.

6 COMENTARIOS

  1. A la Huillary Clinton, ella prefiere un buen cus-cus después de arrasar el país, o quizás prefiero unos hombres asados después de bombardearlos.

    Vamos que menudo articulo de mierda

    ah y los sindicatos comunistas con sus buenas mariscadas y chuletones son de fiar?

  2. No me creo estas fotos, son pura publi animal, ni subliminal ni nada. A ver quien tiene cojones de comerse esa porquería horas después y recalentada, pudiendo pedir al cheff del avión lo que quiera.
    mmmmm…..truuuuuuump que se te ve el tupé. El artículo no lo he leído ,gracias.

  3. La cocacola sin usar, la hamburguesa súper aséptica, todo tan limpio que ni parecen verdaderas als servilletas de lo limpias que están.

  4. Eso es mas publicidad que una realidad. Los americano consevadore tienden a comer estos tipo de alimentos por razón de que orendo de su país, una publicidad para simpatizar con ese sector

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