Por Ángel Jiménez de Luis. Si nos acercamos a la esquina de la avenida Madison con la calle 26 y preguntamos a todo el que pase cuál es el cóctel con el que identifican la ciudad Nueva York, la lista de respuestas será larga. Para algunos es el Martini clásico, para otros el Cosmopolitan que puso de moda la serie Sexo en Nueva York, tal vez alguno se acuerde de los Old fashioned de la serie Mad Men al responder.
Mucho se tienen que torcer las cosas para que el Manhattan no sea uno de los más pronunciados. Dicen que nació precisamente ahí, en la esquina de la calle 26 con Madison, el lugar que ocupaba el Manhattan Club. Se sirvió por primera vez en 1874, en una cena organizada por Lady Randolph Churchill -la madre de Winston Churchill- para el entonces candidato a la presidencia Samuel J. Tilden. Fue tal el éxito de la bebida que la gente empezó a pedirlo en el resto de los clubes y bares de la ciudad como “el cóctel del Manhattan”, y así quedó bautizado.
Es poco probable que la historia sea cierta. Las fechas no cuadran con la agenda de Lady Randolph Churchill, que en esos meses se encontraba en Europa a punto de dar a luz a Winston. Es igual. Es una buena historia, y una buena historia es todo lo que necesita un buen cóctel.
Cómo preparalo
El Manhattan es increíblemente simple y, como todo los cócteles simples, admite infinitas variaciones. La receta básica es de dos onzas (unos 60 ml.) de whisky -por lo general bourbon o whisky de centeno-, tres cuartos de onza (20 ml.) de vermut rojo y unas gotas de angostura. Listo.
Una vez se conoce la receta básica, se puede jugar con ella todo lo que se quiera. También con las guarniciones. Hay quien le pone una guinda, y quien lo prefiere con un twist de piel de naranja. Hay quien lo aromatiza estrujando la piel de naranja y quien prefiere dejar el sabor intacto. Por lo general, en coctelería clásica el Manhattan se sirve en copa de Martini, pero no es raro verlo en otros vasos. Se enfría en coctelera, pero hay quien prefiere usar un gran cubo de hielo. Como la isla que le da nombre, admite mil y una variaciones, y se siente cómodo con todas ellas.
Dónde tomarlo en Nueva York
Leyenda o no, el Manhattan ya no puede beberse en el Manhattan Club. La mansión que lo acogía se derruyó en 1966 para hacer sitio a un edificio de oficinas. Algún equivalente en la vida real de Don Draper tuvo tal vez la suerte de beberse el último.
Pero no hay que ir muy lejos para tomar un Manhattan legendario. En el Flatiron Lounge, en la calle 19 entre las quinta y la sexta avenida, los sirven espectacularmente bien. Pegu Club, entre el West Village y el SoHo, es otro de los rincones donde disfrutar de uno, sobre todo después de una tarde de compras.
El cóctel aguanta bien una cena y en la mayoría de los restaurantes de la ciudad lo servirán sin preguntar, con el estilo propio del barman que esté de turno. Es la ventaja de los clásicos: todos lo conocen, rara vez falla.
Para quienes se alojen cerca de Times Square o Central Park, el King Cole Bar es una opción magnífica. Ubicado en el lobby del hotel St. Regis, es uno de los templos clásicos de la mixología de la ciudad. Es fácil sospechar que los precios son altos -es el St. Regis-, pero se paga tanto por la bebida como por el ambiente y la historia.
Dicen que aquí se inventó, en los años 30, el Bloody Mary, pero mejor dejar esa conversación para otro momento.
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