¿Tienes siempre el móvil encima de la mesa? ¿Eres de los que no toca el plato hasta fotografiarlo desde todos los ángulos? ¿Tus compañeros de comida te odian porque el menú siempre se enfría mientras tú haces las dichosas fotos? ¿Tu cuenta de Instagram es una sucesión de fotografías para contar al mundo qué y dónde estás comiendo?
Si tu cuadro clínico coincide con alguno de estos síntomas, tenemos dos buenas noticias para ti: no estás solo, y a alguien se le ha ocurrido la feliz idea de crear un restaurante donde los pesados con eso de fotografiar lo que comen son especialmente bienvenidos. La mala noticia es que tendrás que viajar a Tel Aviv para disfrutar de la experiencia.
Es allí donde el restaurante Catit se ha asociado con la bodega Carmel Winery para poner en marcha el proyecto Food-o-graphy. Y es que, mientras algunos restaurantes se plantean directamente prohibir las fotografías en sus locales -un debate que ya llevamos años arrastrando-, parece que otros han optado por aquello de que si no puedes con tu enemigo, mejor unirte a él.
La propuesta no es sólo una invitación a fotografiar los platos del menú, sino que se ha diseñado una vajilla específicamente pensada para facilitar un poco la tarea a los adictos a esto del foodporn: platos con una zona elevada para crear el fondo perfecto para la imagen, otros con un soporte especial para el móvil e incluso algunos con una plataforma móvil alrededor para sacar fotos del plato en 360 grados.
Además de estos diseños, la propuesta del restaurante también incluye un pequeño curso con fotógrafos especializados en el arte de fotografiar alimentos y, por lo visto, en las mesas también hay equipos de iluminación para que las fotos salgan perfectas. Si al menos sirve para librar al mundo de esas terribles fotos con flash destrozando el plato, el experimento habrá valido la pena. El precio de esta experiencia fotogastronómica es de 155 dólares la hora, por cierto.
Aunque seguramente a muchos les parecerá una soberana estupidez, el éxito ha sido notable. No sólo ha tenido una gran repercusión mediática, sino que las ventas de la bodega que lo organiza han crecido un 13%. Y es que, nos guste o no, a la gente le gusta contar y fotografiar lo que come y bebe.
A la espera de que algún otro restaurante del mundo se anime a poner en marcha una experiencia similar, quienes estén dispuestos a viajar hasta Israel para dar rienda suelta a su pasión fotográfica, que no se olviden también de visitar sus mercados. Eso también es fotografía gastronómica. Y de la buena.
Definitivamente: La gente es imbecil.