Hace unos años, cuando los niños no estaban rodeados de todos esos peligros que detallan en las noticias de Antena 3 y compañía, una de las grandes preocupaciones de las madres eran los -dígase con tono dramático- «helados de hielo».
De hecho, para ellas la lista de los helados se dividía en dos: los buenos y los «de hielo», que según nuestras progenitoras eran un billete seguro hacia unas anginas, por lo menos: – Mejor uno de esos de nata. – Pero eso es de nenas, yo quiero un Friguron. Y así todos los veranos.
Eran los 80 y eso significa que nos hemos vuelto unos viejunos nostálgicos. De esos que creen que cualquier helado pasado fue mejor, de los que suspiran por una reposición de «Aquellos maravillosos años» para ver a Winnie una vez más y de los que lamentan que muchos de esos maravillos helados se hayan quedado por el camino.
Seguro que cada uno tenía sus preferidos pero al ver este cartel de hace unas cuantas décadas de Frigo -que hemos robado vilmente a Listonauta– no hemos podido evitar que se nos cayera una lagrimilla en honor a dos de los grandes: el Frigodedo y el susodicho Frigurón. Sin duda dos de los helados más míticos de la historia y que, si volvieran a las tiendas, seguro que los treintañeros no dudaríamos en convertirlos en otra moda vintage.
Pero que no cunda el pánico, porque pese a las bajas, algunos de los mejores han sobrevivido. Además del Frigopie -últimamente de actualidad por gentileza de Froilan y su puntería– todavía existen el Mikolápiz (grande entre los grandes), el Colajet y el insuperable Drácula.
Antes, eso sí, no sólo eran más baratos sino que, con un poco de suerte, en el palo te tocaba premio: otro helado gratis. Tal vez por eso comimos helados por encima de nuestras posibilidades y así tenemos la prima de riesgo hecha unos zorros.
En fin, como póstumo homenaje al Frigodedo, este absurdo pero divertido chiste de Cuánto Cabrón