Sabemos que comer mal en Galicia es una tarea prácticamente imposible, pero cuando decidimos parar en pleno agosto en el casco viejo de Santiago de Compostela las dudas empezaron a asaltarnos. No creíamos que el binomio zona turística repleta de tiendas de souvenirs/calidad gastronómica pudiera existir pero, amigos, esto es Galicia.
Tras una mañana de turisteo, acabamos sentándonos a comer en la Parrillada San Clodio (San Pedro, 32), un local familiar, sin pretensiones, con una carta escueta y más gallegos que guiris en sus mesas. Un buen comienzo.
Aunque la calidad de los platos era más que correcta – quizá a excepción del churrasco que estaba un tanto seco – no fue exactamente eso lo que nos encandiló de este lugar.
Quizá fue la honestidad del cocinero que nos dijo que a la hora que era – más de las 15.30h – tenía lo que quedaba y no lo mejor. A pesar de ello, nos animó a sentarnos y a darle una orientación de cuánto queríamos gastarnos. «No miréis la carta – nos decía – yo os aseguro que saldréis contentos».
Dicho y hecho. Acostumbrados a la ranciedad y las pretensiones de muchos locales de la gran ciudad, el trato de su personal nos sorprendió gratamente. Una cercanía que culminó cuando el cocinero nos llamó para asegurarse de que estabamos conformes con la calidad de una de las piezas de carne que iba a preparar.
Minutos más tarde teníamos ante nosotros un brasero con churrasco – lo más flojo del menú -, chorizos criollos y una chuleta de ternera excelentemente preparada. Como acompañamiento, patatas, pimientos fritos y una ensalada de lechuga y cebolla con la que todavía soñamos por las noches.
Acabamos pagando unos 15 euros por persona y, como había anunciado el simpático cocinero, salimos satisfechos. Una buena opción si estáis pensando en dar una vuelta por Compostela y comer cerca del centro. Nosotros, desde luego, volveremos, aunque sólo sea por esa sensación de sentirte como en casa.