
Preguntar si a un argentino que ha vivido en Nápoles le gusta la pizza sería algo así como preguntarle al Papa si es católico. Así que, por supuesto que a Diego Maradona le gustaba la pizza.
Es más, lo suyo con este plato es algo así como un idilio de esos que duran toda la vida. Y con unas cuantas anécdotas como corresponde a la biografía de alguien que, más allá del fútbol, ha sido ídolo de muchos y un auténtico icono durante décadas.
¿Era su plato favorito? Según la lista que se consulte de las decenas publicadas que aseguran conocer los gustos culinarios de El Diego. Pero en todas, eso sí, aparece en lugares destacados junto a asados, risottos y demás clásicos. Era de buen comer, por lo visto, y poco dado a probar cosas raras.
Pero lo de Maradona y la pizza viene de lejos. De la niñez, y eso marca. Así lo recordaba él en una entrevista hace muchos años, cuando contaba cómo se gastó su primer sueldo de futbolista llevando a su madre a cenar pizza a un restaurante. Se gastó todo el salario, recordaba. Ganaba muy poco y los años de lujos y excesos sonaban todavía lejos.
Después, ya convertido en famoso y rico, volvió a aquel restaurante e intentó comprarlo. Le dijeron que no. “Lo quise comprar y no me lo vendieron. Fue una de las pocas cosas a las que me dijeron que no”, explicaba él mismo.
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Posiblemente aquella fue una buena decisión para el futuro del negocio -el restaurante La Rumba, en el barrio Nueva Pompeya de Buenos Aires- que a día de hoy sigue en pie y donde esta anécdota seguro que se continúa repitiendo aunque hayan pasado más de 40 años.
Su vida en Nápoles, por supuesto, sirvió para afianzar este amor pizzero. Un amor recíproco, porque seguramente en el mundo hay decenas de pizzerías que han bautizado una de su menú como Maradona. La más famosa, posiblemente, la de Dal Presidente, en Nápoles, con una galería interminable de famosos que han pasado por allí, y en cuya carta figura orgullosa una dedicada a El Díez.
Otra de la misma ciudad italiana, la pizzería Errico Porzio, fue un poco más allá y hace unos años, durante el Festival de Pizza de Nápoles, presentó una con un retrato del futbolista en sus años mozos dibujado con tomate sobre el queso de la pizza.
Una imagen que seguramente veremos mucho estos días tras su muerte. Pero no venimos aquí a blanquear con pizza y anécdotas gastronómicas, por muy tiernas que resulten, historias de sobra conocidas sobre maltrato -lo de la droga, allá cada uno con lo suyo- o aquellos años de mafia y excesos en Nápoles.
De hecho, ahora que lo pienso, a Maradona los de Bilbao le recordamos sobre todo por la final de Copa que le ganamos. Y lo regular que se lo tomó.
Ya. Las coces que le pegaban cada vez que lo enfrentaban hasta que al final acabaron destrozándole un tobillo no las recuerdas porque habrán sido cosa de los de la Real Sociedad, di que sí.