Los verdaderos gourmets


Con la llegada del verano a todos nos apetece escaparnos a algún sitio, aunque sea sólo un fin de semana. Si el presupuesto nos da más bien para poco, marcharse unos días al pueblo es una buena opción.

Al menos esa es la que hemos escogido nosotros. Y para nuestra sorpresa es allí donde hemos encontrado a los auténticos y genuinos gourmets. Sibaritas del buen comer que lo son sin saberlo ni pretenderlo.

Porque, ¿puede haber un mayor placer gastronómico que comerse un arroz con verduras recién cogidas del huerto y pollo de casa? Una comida habitual de un domingo cualquiera en casa de esa tía del pueblo que, de postre, se toma una fresca y generosa tajada de un melón del melonar del vecino.

La misma que, para merendar, te ofrece una rebanada de pan con aceite de oliva y un trozo del queso fresco que ha comprado a un buen señor que se dedica a peregrinar por la zona con su furgoneta, vendiendo los productos que elabora con la leche de sus cabras.

¡Esto es vida!  Exclamamos los gourmets urbanitas de medio pelo,  que nos dejamos el sueldo – y, a veces, un poco de dignidad – para conseguir una lechuga que sepa a lechuga o una sandía que no sea simplemente agua con textura y color y que, además, conserve todas sus pepitas.

Esas tías del pueblo no entienden de espumas, milhojas o carpaccios. Ellas sólo entienden de frutas hermosas, de hortalizas con buena cara o de quesos y embutidos sabrosos. Ellas (o ellos) no saben nada del atentado medioambiental que supone comer frutas y verduras fuera de temporada pero sí saben que no se puede comer una buena naranja en agosto y que las cerezas no son para el invierno.

Al volver a la ciudad estos placeres se valoran aún más. Incluso cuesta creer que se encuentren a unas pocas horas de viaje.  Menos mal que aún nos queda algo de la cesta de fruta y verdura del huerto que nos trajimos de recuerdo.

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