Los sospechosos chipirones frescos o por qué es mala idea tomar el pelo a los clientes del mercado

Comprar en el mercado es para muchos casi un acto de militancia gastronómica o incluso política. Hablamos del mercado de abastos de toda la vida. La plaza. Esa sucesión de puestos de productos frescos que, con mejor o peor fortuna, ha conseguido sobrevivir hasta ahora frente a las cadenas de supermercados.

La calidad del producto fresco suele ser mucho mejor, defendemos muchos. Y suele ser cierto. Pero la comodidad y el precio hacen que la batalla sea complicada. Además, en algunas ciudades hay que sumarle el efecto del turismo, que ha convertido los mercados en parques temáticos más pensados para que los visitantes tomen zumos de colores y tapas recalentadas que para que los vecinos hagan la compra.

La subsistencia de los mercados pasa por los clientes de toda la vida, por las nuevas generaciones que reivindiquen esta forma de hacer la compra y, por supuesto, por cierta competitividad, sino en precio, sí en calidad. Queremos seguir yendo al mercado a por la carne, la fruta y el pescado, pero es importante que no nos tomen el pelo.

De ahí que esta fotografía de unos curiosos chipirones frescos en el puesto de un mercado que hace unos días compartía en Twitter Félix Vallugera -sus cursos online de arroces secos arrasan, por cierto- nos parezca un desastre. No la foto ni el comentario, que compartimos totalmente, sino la gracia de la pescadería de turno.

Da igual el nombre o el mercado, porque esta picaresca no conoce fronteras. Pero al menos un poco de elegancia a la hora de tomar el pelo al cliente, porque o esos chipirones se han pescado en la Antártida y vienen directos de allí o, ejem, igual muy frescos no son.

Dejaremos al margen las cuestiones legales y sanitarias. Bueno no: vender como fresco un producto descongelado es un peligro, porque si el cliente vuelve a congelarlo antes de cocinarlo puede dar algún que otro problema. De hecho, estamos convencidos de que el timo está en el cartel grande y que esa etiqueta que no podemos leer se cuida un poco más y, en letra pequeña, indicará que, ejem, se trata de producto descongelado.

Pero, insistimos, no es ya la mentira o el timo cutre. Tampoco que, lógicamente, los clientes tengan ahora todo el derecho a desconfiar del resto de productos que venda la pescadería (si me engañas con los chipirones, seguro que alguna otra me quieres colar).

Lo peor de todo es que estás engañando a quien ha resistido la tentación de hacer toda la compra en alguno de los catorce supermercados que posiblemente tiene a mano en el barrio y sigue apostando por el mercado, pese a que posiblemente no es tan cómodo e incluso igual más caro.

Se hace por calidad, por cercanía, porque quieres saber el nombre de quien te atiende o por lo bien que saca dos filetes de cada caballa o, si no hay mucha gente, igual hasta te limpia las anchoas. Pero también porque esa forma de comprar y ese modelo de barrio y comercio de proximidad tiene futuro.

Que la gran industria alimentaria nos engaña cada día y al mínimo descuido, lo damos por hecho. Pero de ti, pescadero del mercado, se supone que podemos fiarnos un poco más. Así que no cometas el error de traicionar a tus clientes y arrastrar al resto de puestos del mercado por ganar cuatro céntimo más con unos puñeteros chipirones congelados. O, al menos, descongélalos mejor la próxima vez.

1 COMENTARIO

  1. Lo congelado no tiene por qué ser peor que lo fresco.
    Eso sí, dar por fresco lo que es congelado es de frescos.

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