
Hace no demasiado tiempo, hablar de obesidad infantil era un tema que sonaba bastante lejano. Cosas de algún documental sobre los chavales de Ohio que se pasan todo el día bebiendo refrescos y en el comedor del colegio les dan pizza. En España eso sería imposible, con la dieta mediterránea, el aceite de oliva y demás, nos repetíamos.
Y como pasa con muchos otros temas, resulta que la realidad es bastante más puñetera que esa imagen que teníamos de nosotros mismo. Así lo confirma -porque no es ya nada nuevo, desgraciadamente- el estudio Aladino 2019 publicado recientemente por el Ministerio de Consumo y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, y que pone sobre la mesa unas cifras que han dejado de ser preocupantes para pasar directamente a ser alarmantes.
Y es que, según este informe, un 40% de los niños entre 6 y 9 años tiene sobrepeso. Algo con lo que posiblemente tenga algo que ver otro de los datos más escandalosos que se recogen: una cuarta parte consume bollería de forma habitual. Es más, teniendo en cuenta algunos detalles de la encuesta, mucho nos tememos que la realidad es incluso peor que lo que dibuja esta radiografía.
Y es que la mayoría, por supuesto, cree que está alimentando a su hijo correctamente y que eso del sobrepeso no va con ellos. Quienes no se fíen de los números y prefieran una bofetada de realidad, que se pasen por cualquier parque a la salida de la guardería o el colegio para ver el desfile de croissants, donuts y zumos envasados.
No, los zumos no equivalen a la fruta, y a estas alturas seguro que lo sabes, así que no vale poner cara de despiste. Hablamos -centrándonos en lo que vemos cada día- de niños de menos de tres años y de una escena bastante recurrente, así que ese 25% de bollería que es una auténtica burrada puede que peque de optimista y todo. Si con tres años comen donuts, con seis…
Dejando a un lado que quienes señalan este tipo de cosas son -somos- «los padres especialitos…», y volviendo al estudio, el desayuno es un buen sistema para medir el nivel de la tragedia. La leche con cacao y las galletas son el desayuno más habitual. Tampoco suelen faltar los cereales -pese al nombre, son una pésima idea- y la fruta es la gran ausente del menú de cada mañana: solo un 10% lo incluye, y eso sumando también aquí los zumos.
Un detalle curioso: ese dato corresponde al desayuno tomado el día de la encuesta. Sin embrago, si se pregunta por el desayuno habitual, las cifras mejoran y la fruta consumida por arte de magia se duplica hasta un 20%. Otra prueba de que comemos bastante peor de lo que creemos o de lo que contamos.
Pero incluso dando por buenos los datos teóricos, el panorama es desolador. Y más allá del papel de los padres y de su lógica responsabilidad en el asunto, no es posible seguir mirando hacia otro lado mientras la industria alimentaria es responsable de esta situación con productos insanos dirigidos al público infantil. Galletas, cereales, zumos, bollos… Todo anunciado sin problemas, con reclamos de dibujos animados, colorines y lo que haga falta para convertir el lineal del supermercado en una trampa para los pequeños y sus padres.
Evidentemente, está la capacidad de los progenitores de explicar que «ni de coña vas a desayunar esa mierda». Pero es también responsabilidad del Estado tomar cartas en un asunto que supone una amenaza para la salud de millones de niños. Del mismo modo que se regula el tabaco y el alcohol, la anunciada regulación sobre publicidad de alimentos dirigidos a menores de 15 años es más necesaria que nunca.
Que ya. Que a ti nadie te tiene que decir qué darle de desayunar a tu niño o si ponerle o no unas galletas de chocolate para media mañana. Dejando a un lado que eso también es bastante discutible -del mismo modo que sí pueden decirte que no le des un cigarro a tu niño-, la cosa no va de eso, sino de controlar la indefensión del consumidor ante las herramientas publicitarias de la industria alimentaria.
Autorregulación publicitaria, reclaman ellos con cara de no llevar años intentando colar que una napolitana o los cereales pueden ser una buena opción a la hora de desayunar, que ya han quitado el aceite de palma malvado aquel o que, de verdad de la buena, ese zumo no lleva azúcares añadidos. Pero a estas alturas ya no cuela. Ni lo de los azúcares, ni lo de la autorregulación.
Hasta q los padres de esos hijos no dejen de cebarles como si fuesen guarros no desaparecerá la obesidad infantil.