
Eat es un pequeño restaurante neoyorquino, situado en Brooklyn, que ofrece comida sana, ecológica y que utiliza materia prima de productores locales. Hasta aquí nada extraño. Nueva York está lleno de locales que apuestan por la comida sana y huyen del tópico de la grasienta dieta norteamericana. Pero este restaurante en concreto ha saltado a los medios por atreverse con una oferta diferente: las cenas en silencio.
Existen multitud de restaurantes temáticos, algunos muy extraños, que ofrecen todo tipo de experiencias mientras comemos. Eat ofrece todo lo contrario, la experiencia gastronómica más minimalista. Nicholas Nauman, el dueño del local, asegura haberse inspirado en las comidas en los templos indios, donde transcurren en el más absoluto silencio. Fascinado por esta nueva experiencia del comer, decidió aplicarlo a su restaurante para algunos servicios. Y parece que ha tenido éxito.
Quien ha podido asistir cuenta que comer en silencio permite disfrutar aún más de los platos, incluso «perderse» en ellos. Una apuesta arriesgada por parte del chef, ya que un cliente más concentrado en la comida es un cliente más exigente.
¿Pero hasta qué punto disfrutamos solo de la comida cuando salimos fuera? Estaremos todos de acuerdo en que el placer por la gastronomía va mucho más allá de la necesidad fisiológica, incluso va más allá del puro placer sensorial. Esto se pone aún más de manifiesto cuando salimos a comer fuera en pareja o en grupo.
¿En este caso, no forma parte la conversación -a menudo sobre la misma comida- de la experiencia gastronómica? Un ejemplo, hemos escuchado muchas veces que el vino se disfruta no solo por sus aromas, matices y notas de sabor, sino también y sobre todo por la situación y la vivencia que acompaña el descorche de la botella. Es una experiencia social.
Lo mismo podemos decir de la comida. Muchas veces los recuerdos sobre un plato determinado no pueden desligarse de la situación y la compañía en que los probamos. Por eso nos cuesta imaginar una cena de placer -no hablamos de comidas rápidas en la hora de descanso del trabajo- sin la conversación.
Aunque si vamos al otro extremo, un exceso de ruido en un local puede arruinar una comida, de hecho lo suele hacer. El ruido nos despista, nos tensa y nos desconcierta. También impide la conversación con los compañeros de mesa, así que al final llegamos al mismo punto. En todo caso, es obvio que la experiencia perfecta es diferente para cada persona y para cada circunstancia.
Por el momento las cenas silenciosas solo pueden disfrutarse en Brooklyn -y en los monasterios indios- pero no descartamos que, como tantas otras cosas, acabe llegando a nuestro país. Incluso que acabe triunfando en un país tan latino y ruidoso como el nuestro. Todo sea porque la moda viene de Estados Unidos.