Certificado Covid, una buena pista sobre la seriedad y calidad de un restaurante

Este largo puente de diciembre ha servido como estreno y prueba en muchas comunidades del Certificado Covid como requisito para acceder a interiores de locales de ocio y restauración.

Así que a estas alturas seguramente todos hayamos vivido unas cuantas experiencias relacionadas con el tema: desde los sitios donde no se dan por enterados, otros que lucen cartel en la puerta pero nadie pide nada, o incluso aquellos en los que el tema se resuelve con la pregunta de rigor, sin que nadie se moleste en comprobarlo.

Por supuesto, también están los que siguen las normas. Por suerte, la mayoría. Seguramente es un engorro para ellos, pero es lo que toca. Alguien en la entrada aprovecha el momento de comprobar reserva o solicitar mesa para pedir el documento en cuestión, escanear el QR y listo. Un minuto como mucho por pareja si todo va bien.

También ha habido tiempo para escuchar quejas de todo tipo. No hablo de negacionistas o antivacunas, porque sencillamente con ellos no se discute, lo mismo que no se hace con quienes aseguran que la tierra es plana. Pensándolo bien, estos segundos no ponen en peligro a nadie.

Pero vaya, que no va el debate por ahí porque, insistimos, no hay debate posible. Tu supuesto derecho a no vacunarte -en países como España- no incluye que puedas llevarte a alguien por delante o colapsar la sanidad. Circulen. Lejos, a ser posible.

Así que, volviendo a los restaurantes, algunos protestan porque -dicen- no es su trabajo hacer de policías sanitarios y comprobar si la gente tiene o no el certificado de rigor. Y puede que así sea, pero en estos tiempos raros que vivimos también el personal de trenes y aviones, o los conductores de autobuses llevan más de un año recordándonos pacientemente que nos pongamos bien la mascarilla.  Y tampoco ese es su trabajo.

Son cuestiones de seguridad que se ajustan a protocolos variables. Lo mismo que hace 20 años no era trabajo del camarero indicarte que no se podía fumar, y ahora damos por hecho que si algún genio enciende un cigarro en el interior del restaurante el personal le indicará que no está permitido.

En el otro extremo tenemos a los hosteleros que abanderan orgullosos la obligatoriedad del certificado Covid para entrar en sus restaurantes. Y lo celebramos, solo que no podemos evitar la cara de sorpresa al saber que algunos de ellos no se han puesto bien la mascarilla ni un solo día en la cocina o en la barra.

Alguien preguntaba también estos días en Twitter por la reciprocidad de la medida. ¿Se puede pedir que ellos también muestren el certificado? ¿Alguien controla que quienes trabajan en cocinas y salas cumplan la normativa? No tenemos respuesta, pero nos parecen preguntas interesantes.

El caso es que las variadas experiencias de estos días alrededor del Certificado Covid nos han servido para recordar lo que en su día ya estaba muy claro durante los meses con restricciones: que un local no cumpliera las normas sobre aforo, terrazas y compañía era una buena pista de que, muy posiblemente, allí tampoco se comía muy bien.

Seguro que había excepciones, claro. Cafres que hicieron lo que les dio la gana -y lo siguen haciendo- pero con buena mano en los fogones. Pero cuesta pensar que alguien que no se preocupa por la seguridad de sus clientes lo va a hacer por la calidad de su cocina.

¿De verdad nos tenemos que creer que eres incapaz de perder un minuto pidiendo un documento en la puerta -tal y como manda ahora mismo la normativa- pero que luego vas a elegir el mejor género posible, vas a ofrecer unos precios justos o vas a respetar las condiciones laborales de los trabajadores?

Está la hostelería como para perder clientes, dirán algunos. De nuevo, si anteponen sus números a la salud pública, a muchos no nos interesa estar ahí.

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