La ciudad del pecado, el vicio y el juego es uno de esos lugares que, al menos una vez en la vida, hay que visitar. Aunque la primera impresión nos lleve a pensar en ella como una especie de parque temático o de gran casino en el que la rígida moral estadounidense se relaja y casi todo es posible, lo cierto es que también tiene ese lado entrañable de los lugares con un toque viejuno y casposo.
Y es que, más allá de los grandes hoteles de lujo y los casinos que se ven en las películas, aquí las décadas no pasan en balde y, de hecho, son los lugares con más años los que -pese a las moquetas con demasiada historia a cuestas- resultan más interesantes. O igual es sólo un tic nuestro que, tras varias visitas por allí, le hemos acabado cogiendo cariño al neon y al surrealismo de esta ciudad.
Es verdad que ir a Las Vegas por su gastronomía suena un poco raro, pero una vez allí, comer es parte de la diversión. Si el presupuesto lo permite, algunos de los chefs más reconocidos han montado aquí sus sucursales, así que no habrá problema para quienes busquen alta cocina. Pero si no es el caso y se quiere probar el lado más tradicional y kitsch de Las Vegas, los buffets de los grandes hoteles son un capítulo obligatorio.
¿Qué tienen de especial? Muy sencillo: son absurdamente gigantescos. Hace unos años eran también muy baratos, pero entre la cotización del dólar y la subida general del precio de la comida por allí -se han dado cuenta de que la gente está dispuesta a pagar, nos comentaba otro veterano de Las Vegas- los precios ya no son lo que eran.
Pese a ello, hay opciones para todos los bolsillos, según el nivel de lujo -supuesto lujo de cartón piedra muchas veces- o cutrez del hotel en cuestión. Darse el capricho de cenar en el buffet del Bellagio es una gran idea, pero nosotros optamos por desayunar en otro de los clásicos: el Paris Paris.
La decoración y ese supuesto París reproducido en el hotel darían para más de una pesadilla de un decorador, pero dejando eso a un lado, la propuesta de Le Buffet -que se note que estamos en París, claro- es ofrecer un buffet de desayuno entre lo espectacular y lo ridículo por su tamaño y variedad.
Por algo más de 20 euros -a los que habrá que sumar el 15% aproximadamente de propina y otros 12 dólares si queremos barra libre de champán o vino- podemos pasarnos unas dos horas comiendo suficiente como para no tener ni rastro de hambre hasta la hora de la cena. Y no es una forma de hablar.
Evidentemente, en este tipo de buffets la calidad no es el argumento principal. La comida es muy decente y algunas preparaciones están realmente ricas, pero no podemos esperar productos gourmet. De hecho, en alguno de estos buffets recordamos haber comido el marisco más insípido de nuestra vida hace unos años.
Pero volviendo al desayuno, tras sentarnos en un bonito rincón de este París de cartón, y tener el café y el zumo -barra libre de ambos también, gracias a las siempre atentas y simpáticas camareras- un primer paseo por el buffet es toda una experiencia. Además de lo habitual en cuanto a dulces, tostadas, fruta y yogures -tampoco mucho, que no hemos venido aquí a desayunar sano- el tema se organiza por estaciones.
Una de ellas está, por ejemplo, dedicada a las tortillas, que se preparan al momento y con los ingredientes que elija el cliente. Otra barra de crepes con 8 variedades dulces y saladas es también parte de este recorrido, con paradas en la sección de los gofres,con sus topings y salsas, las bandejas de huevos Benedict…
Es verdad que echamos de menos las pizzas y los fideos que ofrecen en otros buffets -quién no quiere pizza para desayunar- pero a cambio la posibilidad de acompañar el café de primera mañana con un par de bolas de helado compensa. Mención aparte para la sección de carne, con un jamón asado realmente bueno, y una panceta ahumada y asada que haría llorar a la OMS.
El límite lo pone, claro, nuestro sentido común, aunque se supone que no deberíamos quedarnos más de dos horas zampando por allí. Es temprano y no tenemos tiempo de comprobarlo, pero hace años, en otros buffets, había incluso quienes calculaban bien la hora para coincidir con el cambio de menú del desayuno a la comida y tener así opciones más potentes.
¿Merece la pena? Sin duda. No por precio o cantidad, sino simplemente porque un desayuno de buffet en alguno de los hoteles del Strip -la calle central de la ciudad- es una de esas cosas que hay que hacer en Las Vegas. Además, pese a los excesos de calorías y grasa de buena mañana, no pasa nada, porque ya se sabe que lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.