
La abismal diferencia entre el precio que se paga al productor y el que acaba abonando en tienda el consumidor no es nada nuevo. Pero la situación creada por la cuarentena parece haber hecho más evidente aún que algo falla en este mecanismo de comercialización en el que los dos extremos -productor y consumidor- pagan la factura y alguien en medio está ganando más de lo habitual. O lo mismo de siempre, solo que ahora es más escandaloso.
Hace unas semanas eran los pescadores los que daban la voz de alarma: los precios en lonja eran tan bajos que no merecía la pena descargar el pesado, y los números no daban ni para cubrir gastos. Ahora más que nunca –comentábamos– es el momento de ir al mercado y pescaderías y consumir pescado fresco.
El problema es que, una vez allí, algo no cuadra. La merluza, el pescado más consumido en España y siempre un buen termómetro de los precios, anda estos días entre los 12 y los 15 euros en un mercado de Barcelona.
Merluza de palangre gallega y estupenda de calidad. Pero precios más de Navidad que propios de un momento en el que se supone que hay genero al que hay que dar salida y que, por eso, a los pescadores se les paga a una miseria.
Es verdad que algunos pescados más especiales, y que posiblemente tienen su mercado habitual en la hostelería, han moderado su precio, pero el inicio de la costera de la anchoa en el Cantábrico ha demostrado que son solo una excepción: en la primera jornada en lonja se ha pagado una media de medio euro por kilo de bocarte.
¿Y qué ocurre en las pescaderías? Sorpresa: esa caída en los precios en origen no se traduce en precios más moderados y, nos confirman desde varios puntos de Euskadi, la anchoa en tienda anda entre los 5 y los 7 euros el kilo. De medio euro a 6 euros de media significa multiplicar por 12 el precio.
Por mucha selección, transporte, refrigeración, conservación y lo que sea que intervenga en esa cadena de distribución, la diferencia sigue siendo vergonzosa. Sobre todo teniendo en cuenta que esos 50 céntimos son la media y que hubo descargas a menos de 40 céntimos el kilo en Ondarroa, tal y como informan diversos medios locales.
Aunque es verdad que la campaña de la anchoa siempre empieza con precios altos de venta y que luego se va moderando con el paso de las semanas, el problema es el precio al que se paga en lonja, menos de una tercera parte del de la temporada pasada, que anduvo sobre los 1,8 euros el kilo en el País Vasco.
El cliente paga lo mismo de siempre, pero al productor -que en este caso, además, llevaba casi un mes con los barcos amarrados por el coronavirus- se le paga mucho menos. «Es el mercado, amigo», que diría aquel.
Pero incluso dando por bueno ese juego indecente de oferta y demanda, con cuestiones como el trabajo y la comida estaría bien saber quién es el más listo en esta ecuación. Porque quiénes somos los tontos está muy claro.