Por Iker Morán
Los beneficios que se obtienen de la venta de aceite de oliva adulterado son comparables al negocio de la cocaína. Aunque pueda sonar a típico titular alarmista o a un párrafo sacado del último libro de Roberto Saviano, semejante afirmación pertenece a un informe publicado hace un par de años por la Unión Europea.
El truco de este gran negocio es mezclar el aceite de oliva -cortar, por seguir con el lenguaje de la drogaína– con otros aceites más baratos y añadirle productos y pigmentos como la clorofila y el beta caroteno para que su aspecto mantenga la apariencia de un aceite de oliva extra virgen pata negra. En realidad los chanchullos en torno al aceite de oliva no son nada nuevo, por mucho que pueda sorprendernos la dimensión económica que pueda llegar a alcanzar este fraude.
¿Como controlar entonces la pureza del aceite de oliva y detectar cualquier adulteración? En Popular Science hablaban recientemente de un curioso proyecto de investigación del Swiss Federal Institute of Technology, en Zurich, dirigido precisamente en esta dirección. La idea es incluir partículas magnéticas de ADN en el aceite en las que se incluiría todo tipo de información sobre su origen y composición para poder asegurar así la trazabilidad del producto. De este modo, si la concentración de estas nano partículas con información no coincide, se podría detectar la adulteración del aceite original con otras sustancias.
Es cierto que visto así no suena demasiado apetecible, pero los investigadores aseguran que estas partículas -muy baratas de producir, además- serían comestibles y no afectarían al sabor ni a la calidad del aceite. Además, al ir encapsuladas en óxido de silicio, se evita el riesgo de que este ADN sea absorbido por el cuerpo y acabemos todos con aspecto de aceituna. Si los de ciencias nos permiten el chiste facilón. Los primeros experimentos con aceite ya tuneado con estas partículas, consumido en frío y utilizado para cocinar, no han dado problemas.
¿Va por ahí el futuro para proteger el aceite de oliva de calidad? Veremos, pero, de entrada, mejorar la cultura sobre el aceite entre los consumidores y educar los paladares para volvernos más exigentes sería sin duda un gran comienzo.