30 euros por recoger 1.200 kilos de patatas. Las condiciones de los trabajadores del campo también son gastronomía

(Foto: Gtres)

La diferencia de precio entre lo que recibe en origen el productor y lo que paga el cliente final en el mercado es uno de esos temas recurrentes que nos indignan mucho. Anchoas a céntimos que luego acaban costando más de 5 o 6 euros el kilo; cítricos que acaban pudriéndose en el árbol o en el suelo porque no merece la pena recogerlos; o cebollas que llegan de la otra punta del mundo para bajar aún más los precios de los productos nacionales.

Lo que muchas veces se nos olvida -también a nosotros cuando denunciamos estos temas- es que la peor parte se la llevan los trabajadores del campo sobre quienes acaban repercutiendo estos precios tan bajos. La dinámica es de sobra conocida y aplicable a muchos sectores: las cuentas no salen, así que se paga menos a los jornaleros para intentar ajustar en la medida de lo posible las cifras.

El resto de la historia es de sobra conocida y ha sido muchas veces denunciada. Ya que tanto gusta hablar de números, desde el SAT (Sindicato Andaluz de los Trabajadores) daban unos que posiblemente ayudan más a hablar de explotación en general: 30 euros por recoger 1.200 kilos de patatas.

No es que sea una miseria, es que es ilegal tal y como ellos denuncian en un vídeo. Ni se puede pagar por kilos ni son cifras asumibles para llegar al salario mínimo diario de 48 euros por jornada.

Casos aislados, repiten algunos mientras, de fondo, se escucha aquello tan bonito de que mejor eso que nada. Una medicina que, por cierto, siempre suelen recetar para otros, no para ellos o sus hijos.

Y ojalá fuera cierto que se trata solo de prácticas de cuatro empresarios mientras que el resto del sector respeta la normativa laboral y los derechos de los trabajadores. Nos gustaría creerlo pese a los titulares recurrentes sobre las condiciones de las mujeres que recogen fresas o los vídeos que hemos visto sobre los campamentos de temporeros en plena pandemia.

El problema es que cuando desde el Gobierno se amaga con hacer algo y comienzan las inspecciones de trabajo saltan todas las alarmas en la patronal del campo. ¡Cómo se atreven a cuestionar nuestras condiciones de trabajo!, braman algunos, abanderando lo estratégico del sector o los puestos de trabajo que generan, e incluso algunos amenazan públicamente con defenderse de forma no pacífica lo que consideran un ataque.

“Nosotros no esclavizamos a nadie”, se defienden desde Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores) en declaraciones a EFE. En el mismo sentido, otras asociaciones aseguran que el Ministerio de Trabajo colabora con campañas tóxicas de otros productores europeos. El interés que puede tener el Gobierno de España en eso ya no lo explican, claro.

La ecuación es tan sencilla de resolver que asusta. Si tanto molestan las inspecciones de trabajo será porque ciertas ilegalidades -denunciadas y demostradas por los sindicatos- están tan instauradas que ya se consideran la norma. Solo así se entiende que una inspección de trabajo, que debería ser algo habitual, se califique de ataque y ponga tan nerviosos a algunos.

Cuesta mucho entender desde este lado del mostrador que el mismo sector que pide al consumidor responsabilidad y apoyo para elegir producto nacional, por ejemplo, ahora se indigne porque simplemente se les pida que cumplan la lay respecto a las condiciones de trabajo.

Claro que queremos comprar patatas y cebollas españolas. Y seguro que muchos estamos dispuestos a pagar más por ello si hace falta. Pero nos tranquilizaría mucho saber que están siendo recolectadas con unas condiciones dignas y que, por tanto, no hay ningún problema en que alguien lo compruebe.

Así que, en estos tiempos de chefs manifestándose delante del Congreso para defender lo suyo, de decenas de campañas de apoyo a la hostelería y de cifras multimillonarias que nos recuerdan lo que la gastronomía supone para España, no estaría de más recordar que quienes recogen las patatas en el campo también son parte de esa gastronomía de la que tan orgullosos estamos.

3 COMENTARIOS

  1. Hola,
    no se puede mostrar un solo lado de la realidad. Los jornaleros en muchas ocasiones son los mismos propietarios del terreno, porque la venta del producto no da para contratar suficientes jornaleros para recoger el producto en el tiempo limitado que te permite la naturaleza.

    La mayoría de los productores no son marqueses o señoritos, son padres de familia como los jornaleros. Además del coche que tienen los jornaleros, el productor tiene tractor y máquinas que mantener, y que son imprescindibles para el oficio. Además de tener que garantizar un sueldo fijo que no puede permitirse para él o ella mismos.

    Si queréis saber sobre el campo iros al campo a preguntar, no al sindicato.

  2. Hola Charly,
    yo hablo de cooperativas, pocos payeses que conozco se atreven a vender su propio producto. Un ejemplo más de lo que sucede en el campo https://www.elperiodic.com/agricultores-valencianos-cebolla-patata-quedan-recoger-mientras-supermercados-compran-fuera-disparan-precios_680550

    Yo no estoy contra los trabajadores que cobran poco, yo estoy a favor de los payeses porque son mis orígenes. Y hablo de los payeses propietarios, propietarios de 10-50 hectáreas a los que también les cuesta poner un plato en su mesa.

    Pero parece que en la ciudad está de moda el sindicato. Los payeses son ricos porque tienen tierra y los pobres jornaleros no cobran ni 5 euros la hora.

    «Cariño, vengo de la tienda, he conseguido un saco de patatas por 1 euro, soy lo más.»

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